Por Benedicto XVI
Hace veinte o treinta años se acusaba a los cristianos —no sé si se les sigue acusando de esto— de que eran los verdaderos responsables de la destrucción de la creación, porque las palabras del Génesis, «someted la tierra», habrían llevado a una arrogancia con respecto a la creación, cuyas consecuencias nosotros sufrimos hoy.
Debemos esforzarnos por ver toda la falsedad que encierra esa acusación: a la vez que la tierra se consideraba creación de Dios, la tarea de «someterla» nunca se entendió como una orden de hacerla esclava, sino más bien como la tarea de ser custodios de la creación, de colaborar activamente en la obra de Dios, de forma que los dones de la creación sean valorados y no pisoteados y destruidos.
Si pensamos en lo que ha surgido en torno a los monasterios; si vemos cómo en esos lugares han surgido y siguen surgiendo pequeños paraísos, oasis de la creación, resulta evidente que todo eso no son sólo palabras. Donde la Palabra del Creador se ha entendido de modo correcto, donde ha habido vida con el Creador redentor, allí las personas se han comprometido en la tutela de la creación y no en su destrucción.
En este contexto se puede citar el capítulo 8 de la carta a los Romanos, donde se dice que la creación sufre y gime por la sumisión en que se encuentra y que espera la revelación de los hijos de Dios: se sentirá liberada cuando vengan criaturas, hombres que son hijos de Dios y que la tratarán desde Dios. Yo creo que es precisamente esto lo que nosotros podemos constatar como realidad: la creación gime y espera personas humanas que la miren desde Dios.
El consumo brutal de la creación comienza donde no está Dios. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros; comienza donde no existe ya ninguna dimensión de la vida más allá de la muerte, donde en esta vida debemos acapararlo todo y poseer la vida de la forma más intensa posible, donde debemos poseer todo lo que es posible poseer.
Sólo se pueden comprender y vivir instancias verdaderas y eficaces contra la destrucción de la creación donde la creación se considera desde Dios.
Al clero de la diócesis de Bozen-Brixen, 6 de agosto de 2008
TRAMPAS DE LAS QUE HAY QUE CUIDARSE
«Algunos… afirman que los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta».
(Francisco, Laudato si’, n. 60).
«Una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la ‘dignidad’ de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos».
(Benedicto XVI, Jornada Mundial de la Paz 2010).
TEMA DE LA SEMANA: PREPARADOS PARA ACTUAR A FAVOR DE LA JUSTICIA CLIMÁTICA
Publicado en la edición impresa de El Observador del 6 de enero de 2019 No.1226