Por Mónica Muñoz Jiménez

Aún estamos iniciando el año y la primera quincena de ene­ro siempre significa volver a la realidad, luego de unos días de merecido descanso y festividades en torno al nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Y hoy, luego de un fin de semana especialmente difícil por la incertidumbre que despertó en la sociedad la falta de combustible, parece que todo se ha normalizado, los estudiantes regresarán a clases y muchos a trabajar, así que es momento oportuno para reflexionar sobre algunos puntos, que parecieran repetirse cada vez que comienza un año, pero que nos servirán para continuar con la vida que Dios nos ha regalado.

Por ejemplo, sería buena idea retomar los retos que hemos dejado para después en muchas ocasiones, como comer más sano, hacer ejercicio, ahorrar dinero o dejar algún mal hábito, grandes clásicos en las listas de buenos propósitos de la mayoría de la gente.  Pero también podríamos agregar algunos que se refieran  a cultivar una habilidad como aprender un nuevo idioma, tomar clases de manualidades, volver a estudiar si no concluimos algún nivel escolar o hasta abrir un negocio.  Por supuesto, todo esto para progresar en nuestra vida personal y profesional.

Pero también deberíamos analizar profundamente qué hemos hecho con nuestra vida espiritual.  Ya sé que actualmente muchas personas se han alejado de la fe y perdido su relación con Dios.  Motivos abundan y cada quien es un caso diferente, por eso no podría generalizar, sin embargo, puedo intentar compartir los beneficios que trae a quien se esmera por vivir unido a Dios.

En primer lugar, podría decir que la persona de fe, especialmente el cristiano, está dispuesto a esperar todo de parte de Dios. Por supuesto, eso, a primera vista, puede sonar ilusorio, todos sabemos que no es fácil ganarse la vida y que las cosas pueden cambiar de un momento a otro, pero para aquel que ha confiado y deja todo manos de Dios, las contrariedades de la vida son más llevaderas.

En segundo lugar, el que tiene fe trabaja sabiendo que todo llegará en el momento en que a Dios le parezca mejor. Esa certeza mantiene en el creyente el ánimo alto, aun cuando pareciera que las circunstancias de la vida están en su contra, pues el Señor está atento a sus necesidades. Por esta razón, está seguro de que su cansancio y esmero verán frutos.

En tercer lugar, se está dispuesto a abrir el corazón para dejar Dios lo llene de las bendiciones que en todo momento derrama el Señor. No basta solamente desear que Dios nos bendiga, sino dejar que Él colme nuestro ser con lo que quiera regalarnos. Parece mentira, pero en muchas ocasiones somos nosotros mis­mos los que impedimos que la gracia de Dios haga el bien en nuestras almas, quizá porque no estamos seguros de merecerla o porque no la buscamos o tal vez porque no queremos ser alcanza­dos por ella.

Algo más: se tiene como aliada a la Madre de Jesús, porque no hay nadie como Ella para alcanzar de Cristo todo lo que necesitamos.  En mi experiencia personal puedo agregar que mi Madre del cielo siempre me ha escuchado, todas las veces que he acudido a su intercesión he visto resueltos mis problemas, por eso le confío mis penas, alegrías y necesidades, porque su Santísimo Hijo la ama infinitamente y no puede negarle nada.

Además, recordemos que la vida es muy breve, y, tarde o temprano tendremos que rendir cuentas al Señor.  Por eso, pidamos a Dios que este año sea­mos capaces de abrirnos a su gra­cia y quitemos los obstáculos que nos alejan de Él, recordemos cons­tantemente lo que dice la Palabra de Dios: «Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochen­ta, su afán es fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan». (Salmo 90, 10), no permitamos que la desidia, la desesperanza o peor aún, el pe­cado, nos alejen del Señor, porque al final, Él es lo único por lo que vale la pena luchar en esta vida.

Que Santa María, nuestra Madre, nos ayude a perseverar y a alcan­zar la meta: gozar de la presencia divina en la vida eterna.

¡Que tengan una excelente semana!

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