La búsqueda de la vocación te puede llevar por muchos caminos; así lo vivió Ana Paula Morales, una joven madre de la Ciudad de México que parecía tener su camino definido en la vida religiosa, pero que una inquietud y la ayuda de San José la llevaron a formar finalmente una familia

Ana Paula, ¿Cómo fue tu acercamiento a la Iglesia?

▶ Mi acercamiento a la Iglesia ha sido toda mi vida. Mis papás me metieron siempre en colegios católicos, desde kínder hasta la universidad. La universidad la hice en España, en una universidad del Opus Dei en Madrid. Digamos que siempre me he envuelto en un ambiente de Iglesia y me fui involucrando más cuando estaba en kínder, pues me gustaba pasar mis descansos con una monja porque me leía la Biblia para niños y luego me dejaba colorear; y desde entonces siempre sentí ese deseo de estar dentro de la Iglesia y yo decía que quería ser monja. Y cuando estaba en el Opus Dei vi la religión de otra manera, vino la formación cristiana y humana.

Antes de discernir cuál era tu vocación tuviste estilos de vida radicales, ¿cuáles fueron esos estilos?

▶ A los 18 años me fui de México a vivir a Bélgica (2001) y decidí quedarme y hacer mi carrera en Madrid. Empecé con Derecho en el 2002, pero no me gustó. Después de un año me cambié a Mercadotecnia y Relaciones Públicas. En el 2003 entré de pasante de numeraria en el Opus Dei y así estuve dos años. En el 2006 me fui durante el verano con una amiga a Calcuta con las Misioneras de la Caridad y me volví voluntaria en Madrid. En el 2007 regresé a Calcuta y para el 2008 hice mi experiencia con las hermanas en la casa del Vaticano en Roma. En enero del 2009 me fui seis meses al Bronx (Nueva York) con las Misioneras de la Caridad.

Dos años más tarde entré con las Hermanas de San Juan y también con las Hermanas Apostólicas que llevan una vida mixta entre contemplativa y apostólica. Viví con ellas en Francia estudiando filosofía y teología, y un año haciendo el postulantado.

Lo más extremo ocurrió en el 2016  cuando estuve viviendo ocho meses en Israel en un monasterio de clausura en ermitas entre Gaza y Jerusalén. Ahí podía hablar dos horas a la semana de mis cosas personales y tenía vida comunitaria solo los domingos y esto fue con las Hermanas de Belén y la Virgen de San Bruno.

¿Y cómo pudiste discernir?, ¿A quién le pediste que te ayudará?

▶ Fue a San José. Empecé mi búsqueda a las 14 años sobre entregar mi vida a Dios y no había pensado mucho en el matrimonio. Cuando estaba en el monasterio de clausura, en Israel, tenía la adoración eucarística tres horas, de 3 a 6 de la mañana, porque el monje es el que sostiene al mundo a través de la oración. Pero estaba perdiendo la estabilidad. Primero estaba feliz en el monasterio y entonces le dije a Jesús: «Estoy perdiendo la estabilidad, qué pasa, qué quieres de mí». Y fue con toda sinceridad. Y lo único que me vino al corazón fue: fundar una familia, y fue un shock. Y me encomendé a San José, porque en la vida religiosa es el patrono de las vocaciones.

Me gusta hablar de que hay dos vocaciones: la universal, que es el llamado a la santidad y la vocación particular, y en la vocación particular en el libro de La sal y la tierra le preguntan a Joseph Ratzinger: ¿Cuántos caminos hay para llegar al Cielo? Y él responde: Tantos como hombres en la tierra. Cada uno tiene su camino para llegar al Cielo y cada uno tiene su forma; cada uno es único e inigualable.

¿Cómo vives tu vocación matrimonial?

▶ Hay que considerar que muchos no se quieren casar, pero es algo que vale la pena si encuentras a la persona correcta. Pero también tiene que haber mucha más conciencia de lo que es una vida de entrega, que es estar completamente al servicio del otro y de la familia; tiene muchas renuncias, mucho gozo y me gustan las cosas radicales, pero el hecho de tener un hijo es un regalo del Cielo, es una bendición es una disponibilidad total. La fortaleza, la escucha, la disposición, la generosidad.

Ya has formado una familia cristiana, ¿ahora cuál es su papel en el mundo actual?

▶ El papel de la familia cristiana es fundamental, pero desafortunadamente está mal valorado, está mal visto y, como bien sabemos, la familia es la Iglesia doméstica, la transmisora de valores y sobre todo la mujer tiene un papel muy importante. Ya lo venía diciendo Benedicto XVI y justo al padre Juan Solana le gusta decirlo cuando predica; remarca mucho esta importancia de que un niño recibe la fe por la mamá, por la abuelita y que hacen falta hombres como San José. Es primordial la formación, porque ahora hay mucha falta de formación entre los mismos cristianos.

¿Cómo integras a Dios en tu familia, en tu vida diaria?

▶ A Dios lo integro dentro de mi vida todos los días, es una persona más. La forma es que todas las mañanas me despierto, medito el Evangelio del día y aunque dentro de la vida a veces uno lo olvida, trato de tener industrias humanas a lo largo del día, como diría san Josemaría, un crucifijo, una imagen de la Virgen que me pueda hacer volver a Él.

También es cierto que trabajo para cosas de la Iglesia, trabajo con el padre Juan Solana con el proyecto Magdala y me facilita un poco más tener mi pensamiento en Dios cuando me enojo, cuando me pasa algo, pero siempre invoco al Espíritu Santo para que me ayude.

Ahora que  eres madre, ¿qué pides para tu hijo en este Día de Reyes?

▶ Que sea un buen hijo de Dios, un buen cristiano, que ame a Jesús con locura en el estado en el que Dios lo haya llamado a estar y que pueda contagiar mucho a otros.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 6 de enero de 2019 No.1226

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