Por P. Fernando Pascual

Continuamente los seres humanos emitimos juicios de valor: sobre la ciencia, sobre la política, sobre la economía, sobre la religión, sobre los acontecimientos, sobre las personas.

Entre esas valoraciones, algunas tienen como objeto a personas concretas. Un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, es analizado en sus cualidades y defectos, en sus actos buenos y en aquellos considerados como malos.

Las valoraciones humanas pueden quedar en el interior de quienes las elaboran, o pueden ser comunicadas a diversos niveles. A veces, todo queda en un diálogo entre pocos interlocutores. Otras veces, quedan plasmadas en un chat, un blog, un artículo, o un libro.

Quienes son valorados y juzgados, con frecuencia, llegan a conocer lo que se dice sobre ellos. Si se trata de alabanzas, seguramente sienten una satisfacción más o menos tranquilizante. Si se trata de críticas y juicios negativos, pueden sentir tristeza o incluso abatimiento.

Ante el fenómeno de las valoraciones humanas, entre otros aspectos, puede ser bueno considerar dos dimensiones de importancia: sobre la corrección de las apreciaciones elaboradas, y sobre sus consecuencias en las personas concretas.

Una valoración sobre personas concretas será más correcta en la medida en que sepa distinguir entre lo que se ve y se observa de modo claro, lo que resulta confuso o no bien analizado, y lo que puedan ser las intenciones concretas de las personas implicadas.

Muchas veces las valoraciones incurren en graves errores porque no se limitan a los hechos, sino que añaden pinceladas sobre aspectos no del todo conocidos, e incluso juicios temerarios sobre lo que otros habrían pensado en su interior, lo cual es sumamente invasivo y lleva fácilmente a conclusiones falsas.

Respecto a las consecuencias de las valoraciones que salen a la luz, a veces provocan daños desproporcionados, según la situación y modo de ser de las personas enjuiciadas.

Ciertos hechos, no podemos negarlo, merecen juicios claramente condenatorios, aunque algunos puedan sentirse humillados o heridos en su corazón. Una corrección oportuna puede ayudar a más de uno a recapacitar y emprender caminos de conversión y de bien.

Otros hechos no están de todo probados, o merecen ser analizados con más calma. En esos casos, un juicio precipitado puede provocar más daño del que uno pueda imaginar.

Controlar la propia mente y las palabras que salen de la boca es siempre parte de una madurez y de una prudencia que tanto ayudan en las relaciones humanas.

Por eso, antes de emitir valoraciones sobre las personas y sus comportamientos, vale la pena examinar si uno cuenta con los elementos suficientes para alcanzar conclusiones válidas, y si exponer esas valoraciones provocará daños desproporcionados o promoverá el bien y la justicia que tanto deseamos.

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