P. Fernando Pascual

Entre los fenómenos que ocurren en el complejo mundo moderno hay uno que causa especiales debates: la exaltación o la rehabilitación de personajes que han sido responsables de graves delitos y condenados en el pasado.

Ello ocurre, normalmente, por motivos ideológicos. Si quienes tienen relevancia en el mundo cultural, político, informativo, comparten ideas con el personaje que actuó injustamente en el pasado, es natural que quieran defenderlo e incluso ensalzarlo.

Aplausos y reconocimientos a quienes tienen las manos manchadas de sangre o graves responsabilidades en el daño de cientos de inocentes causan rabia en las víctimas y en sus descendientes, así como en quienes defienden la justicia desde la verdad.

Pero en cierto sentido los aplausos «rehabilitadores» son una ulterior condena hacia esos personajes del pasado. ¿Por qué? Porque los aplausos de quien sostiene una ideología injusta y ajena a la verdad no solo no rehabilita, sino que aumenta notablemente las señales de maldad del personaje ensalzado.

A pesar del esfuerzo de quienes quieren reescribir la historia para exaltar a sus líderes y para denigrar a sus adversarios, la verdad nunca podrá ser asesinada, ni los aplausos que proceden de manos deshonestas borran los delitos cometidos por otros en el pasado.

Quienes aplauden a los delincuentes del pasado o del presente, por lo tanto, no solo hacen más evidente el daño cometido por ciertos personajes, sino que manifiestan su propio modo de pensar injusto, falaz, y muchas veces lleno de un revanchismo que nunca merecerá ser aceptado.

Mientras, las víctimas inocentes callan, envueltas en fosas comunes, tumbas olvidadas por la gente y libros reescritos de modo engañoso para negarles un reconocimiento que merecerían en un mundo lejos de ser auténticamente justo.

Menos mal que, por encima de las maquinaciones humanas, el juicio de Dios pone las cosas en su sitio, castiga aquellas culpas de quienes no se arrepintieron, y enaltece a quienes sufrieron en silencio y con dignidad persecuciones y asesinatos.

Esas víctimas podrán ser olvidadas por algunos historiadores y por ideólogos del mundo moderno, pero estarán siempre vivas en el corazón de Dios y de tantas personas buenas, amantes de la verdad y la justicia.

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