Por Luis-Fernando Valdés
El Papa Francisco reunió a los jóvenes de los cinco continentes en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en la Ciudad de Panamá. Rezó con ellos y también dio unas excelentes lecciones sobre la dimensión social del cristianismo. Veamos.
Sociedad y religión
Todas las religiones tienen una dimensión social, porque sus fieles son las mismas personas que componen las familias, los barrios, las escuelas, las fábricas y los gobiernos.
Por eso, las religiones –y en este caso el cristianismo– tienen mucho que aportar a sus fieles para que aprendan a compartir su vida y sus talentos con el resto de los ciudadanos, que son sus iguales.
Y así, hombro con hombro, los creyentes participan de las mismas inquietudes y problemas de su país y, con las luces que el cristianismo les aporta, pueden contribuir con soluciones a los conflictos sociales, laborales, etc., poniendo siempre por delante el respeto a la dignidad humana.
La preocupación social y la política
En las sociedades modernas, la laicidad del Estado es importante para garantizar que cualquier ciudadano pueda confesar la fe religiosa que desee, sin ser coaccionado ni reprimido.
Pero la historia de América Latina ha tenido episodios complicados, en los que esa laicidad estatal se confundió con un prohibir las manifestaciones sociales de las religiones, y más en concreto del catolicismo.
Todo eso ha producido un prejuicio, el de confundir las cuestiones sociales con la política. No pocas personas consideran una intromisión en política, cuando la Iglesia católica habla de temas de migración, justicia, etc. Pero no es así, porque las cuestiones sociales no se resuelven únicamente desde la política.
San Óscar Romero y las cuestiones sociales
También durante la JMJ, el Papa Francisco se reunió con los obispos de Centroamérica y les habló de la Iglesia como Pueblo de Dios, basando su discurso en la figura del obispo mártir salvadoreño.
La primera lección del Papa fue que las preocupaciones sociales de monseñor Romero no fueron fruto de una mentalidad política, sino brotaron de su amor a la Iglesia y del estudio del Magisterio del Concilio Vaticano II.
Francisco explicó que san Óscar «no fue ideólogo ni ideológico; su actuar nació de una compenetración con los documentos conciliares», que le ayudaron a contemplar la Iglesia como Pueblo de Dios, y por eso supo «escuchar los latidos de su pueblo, percibir ‘el olor’ de los hombres y mujeres de hoy hasta quedar impregnado de sus alegrías y esperanzas, de sus tristezas y angustias». (Discurso, 24 ene 2019)
La cultura del encuentro
En su primer reunión con los jóvenes, Francisco les explicó que las diferencias culturales, de lenguas y de vestimenta no impidieron que se pudieran encontrar y confesar juntos a Jesucristo, y que por eso se convirtieron en «maestros y artesanos de la cultura del encuentro».
Y explicó el Papa que la «cultura del encuentro» es la que nos hace «caminar juntos desde nuestras diferencias» pero con un amor. Esta cultura se opone a todos los que se empeñan en excluir o expulsar a los que «no son como nosotros».
El encuentro se funda en que «el amor verdadero no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior» (Benedicto XVI, Homilía, 25 enero 2006). Por eso, Francisco invitó a los jóvenes a ser «constructores de puentes» y no ser «constructores de muros». (Discurso, 24 ene 2019)
Epílogo
A pesar de la crisis producida por los escándalos de pedofilia en la Iglesia, la doctrina social católica tiene mucho que aportar a las naciones, porque la semilla del Evangelio contiene tanto un poderoso mensaje de unidad entre los pueblos como el principio unificador de todas las diferencias sociales e históricas: Jesucristo.
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Publicado en la edición impresa de El Observador del 3 de febrero de 2019 No.1230