P. Fernando Pascual
La prisa surge a causa del activismo, o del deseo de mejorar rápidamente las cosas, o simplemente por una extraña inquietud ante lo que nos desagrada.
Esa prisa, unida a otros factores, nos lleva a la impaciencia. Impaciencia hacia cosas exteriores (clima, aparatos que no funcionan como desearíamos) y hacia personas.
La impaciencia hacia personas provoca, en ocasiones, momentos de rabia, palabras ofensivas, críticas a quienes uno ve como llenos de defectos o como obstáculos para sus propios planes.
Esa impaciencia daña. A uno mismo, porque no es bella la vida cuando surge una malsana indignación hacia lo que no controlamos. A otros, porque nos apartamos de quienes vemos como enemigos cuando no lo son.
Para evitar esos daños necesitamos conquistar la virtud de la paciencia. ¿En qué consiste? Según explicaba santo Tomás de Aquino, la paciencia consiste en soportar aquellas tristezas propias de la vida, en vistas a la esperanza de la vida eterna (cf. «Suma de teología» II-II, q. 136).
La paciencia se relaciona con la fortaleza, pues nos ayuda a afrontar las dificultades con decisión. También se relaciona con la esperanza, pues nos hace ver que los males cesan y que Dios premia a los buenos; y con la caridad, según recuerda san Pablo en 1Cor 13.
En el continuo caminar, entre alegrías y penas, entre éxitos y fracasos, entre momentos de bonanza y otros de tormenta, la paciencia permite superar los golpes y seguir con serenidad en el camino del bien.
El Antiguo Testamento recomienda varias veces la paciencia, pues gracias a ella vencemos las dificultades. «Más vale el término de una cosa que su comienzo, más vale el paciente que el soberbio» (Qo 7,8).
En el Nuevo Testamento la paciencia está directamente relacionada con la salvación: «Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (Ap 3,10 11).
La paciencia es una virtud por conquistar. Cuando el tráfico arruine nuestros planes, cuando un gobierno desafortunado provoque caos y crisis económicas, con la paciencia mantendremos viva la esperanza, y seguiremos serenamente en la tarea de amar a Dios y a los hermanos.