Por P. Fernando Pascual

Las leyes pueden ser buenas o malas, pero un Estado está llamado a hacerlas respetar en vistas a evitar el caos y a promover el respeto hacia las instituciones, sobre todo a través de los tribunales y los jueces.

Existen, sin embargo, diversas formas de coacción sobre los jueces que dificultan enormemente su labor en algunos Estados. Una consiste en presiones de algunos medios de comunicación que presentan procesos contra ciertos delitos como si tales procesos fueran injustos y contrarios a la libertad.

Otra coacción mediática busca arrinconar a los jueces para que declaren la culpabilidad de los acusados, en casos en los que haría falta más serenidad para ir a fondo en las pruebas que pueden no ser suficientes para decidir sobre los casos concretos.

Esas coacciones pueden tener mayor o menor fuerza. En los casos más extremos, a través de imágenes en televisión o en youtube, desde declaraciones de los supuestos culpables o de las supuestas víctimas, con la ayuda de editoriales y artículos, los jueces llegan a ser acusados de liberticidas, represores, amigos del poder y enemigos de algunos derechos fundamentales.

En realidad, un juez es honesto cuando busca aplicar la ley y persigue adecuadamente a quien la viola. Desde luego, ante una ley inicua, un juez (como cualquier ser humano) está llamado a la desobediencia, la cual implica llegar al heroísmo de renunciar al cargo y denunciar qué derechos fundamentales quedan amenazados por leyes injustas.

Pero si el juez no considera injusta la ley y acepta el encargo recibido, tiene la obligación de hacer cumplir las leyes y de castigar adecuadamente a quienes las violan, sin detenerse ante presiones de la «opinión pública» que puedan dañarle en su trabajo.

Al mismo tiempo, quienes trabajan en medios informativos (prensa, radio, televisión, internet), y la gente en general, necesitan reconocer que para el buen trabajo de cualquier juez hace falta evitar presiones indebidas mientras se desarrolla un proceso.

Solo en un clima de serenidad pública, sin coacciones mediáticas, será posible analizar si una persona o un grupo han realizado acciones contra la ley y, en caso afirmativo, cuáles serían las penas que merecen recibir.

Esa es la tarea que está llamado a desempeñar cualquier juez honesto y serio. Porque las reglas valen para todos. Porque un delito no castigado destruye la armonía social. Porque un inocente declarado culpable implica una enorme injusticia. Y porque ninguna coacción, mediática o de otro tipo, debe impedir el trabajo serio que permite, en los tribunales, condenar a los culpables y absolver a los inocentes.

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