Por P. Fernando Pascual
Entre las diversas reflexiones y análisis sobre la educación podemos encontrar una idea que está presente en muchas teorías pedagógicas: la idea de perfeccionamiento.
Espontáneamente hablar de perfeccionamiento supone que existe un punto de partida, considerado como menos perfecto, y un punto de llegada, considerado como más perfecto.
Desde luego, hablar de «puntos» puede dar una sensación estática, cuando en realidad el ser humano se encuentra en un continuo cambio que hace difícil encapsular las diferentes situaciones.
Pensemos en una de las formas más sencillas y comunes de educación: la que se produce en el hogar cuando se enseña al hijo el idioma de sus padres.
El punto (o situación) de partida es un niño pequeño en sus primeras fases de desarrollo físico y mental. No habla, solo se comunica con gestos, sollozos, sonrisas.
El punto de llegada es el mismo niño que empieza a dominar unas palabras, a unirlas de modo significativo, a entender lo que se le dice y a expresarse en el idioma de los padres.
Lo que vemos en el hogar ocurre en muchísimas situaciones, algunas en ámbitos más formalizados, como la escuela institucional, y otras en ámbitos menos formalizados, como cuando se lee un libro con informaciones nuevas.
Sea cual sea la situación de partida y el método seguido, lo que acomuna a cualquier actividad educativa, también lo que algunos llaman como autoeducación, es la búsqueda de cambios, y de cambios que, se espera, sean benéficos.
Surge aquí un problema tan antiguo como la humanidad: a veces un proceso educativo lleva al educando a una situación peor, como cuando se aprende un dato equivocado o cuando se interioriza un modo de vivir dañino para la salud o para la convivencia con otros.
Constatar este problema no elimina lo propio del ideal educativo: promover mejoras, animar al progreso, permitir que los niños, jóvenes y adultos avancen hacia conquistas en el saber (conocimientos) y en el vivir (comportamientos).
Lo anterior implica justificar en qué sentido cada proyecto educativo conlleva una mejoría. Porque no todos están de acuerdo en qué sea lo mejor para un niño en cuanto ser humano, y porque hay diferentes ideas sobre el bien que compiten en el mundo pluralístico en el que vivimos.
A pesar de las dificultades y los retos que el pluralismo pueda provocar, sigue en pie el reto de identificar, en la medida de lo posible, en qué consista el perfeccionamiento humano. Porque solo desde una buena comprensión del mismo será posible mejorar (perfeccionar) las propuestas y los métodos educativos, para el bien de los individuos y de las sociedades.