Por P. Fernando Pascual
Entre los parámetros que se usan para analizar una encuesta aparecen varios que se refieren al sexo, a la raza, a la condición económica, al nivel de estudios, a la religión, a las preferencias electorales, y otros según criterios diferentes.
A través de esos parámetros se busca evidenciar la posible relación entre una característica del encuestado y sus opiniones concretas en ámbitos como los impuestos, la educación, la regulación del matrimonio, el aborto, la eutanasia.
Por ejemplo, si en una encuesta en los Estados Unidos se concluye que los varones de raza blanca y alto nivel económico prefieren un candidato de derechas, mientras que las mujeres de color de bajo nivel económico prefieren un candidato de izquierdas, parecería fácil suponer que los parámetros escogidos desvelan ciertas «causas» de las preferencias de los encuestados.
Las encuestas revelan con frecuencia cómo un porcentaje elevado de personas con la característica X prefieren la opción A, mientras que una minoría de los que son de esa misma característica prefieren otras opciones, a veces muy diferentes de A.
La existencia de diferentes preferencias en una misma categoría de encuestados da a entender que no basta con pertenecer a esa categoría para luego apoyar una idea o la opuesta. Ciertamente, que la mayoría de un grupo quiera algo da a entender que pertenecer a ese grupo impulsa hacia esa creencia.
Impulsa, pero no es determinante, precisamente porque un porcentaje, muchas veces minoritario pero no despreciable, piensa de otra manera. Lo cual lleva a reconocer que las personas no piensan aprisionados por su situación concreta, sino desde otros criterios que no siempre aparecen en las encuestas.
Conviene añadir que los parámetros que se escogen no siempre son los mejores. Incluso en ocasiones son parámetros que, de un modo más o menos escondido, se basan en prejuicios favorables hacia algunas de las categorías y prejuicios desfavorables hacia otras.
Pero a pesar de esos límites, lo que las encuestas no pueden ocultar es un fenómeno humano que resulta siempre sorprendente: ni la educación, ni la edad, ni la raza, ni la situación económica, explican completamente por qué las personas llegan a defender unas ideas y a rechazar otras.