Por Mónica Muñoz

Hace unos días, platicando con mis alumnos surgió el tema del matrimonio. Doy clases en una universidad y me doy cuenta de cómo piensan los jóvenes de ahora respecto a las relaciones a largo plazo, entre otros tópicos de vital importancia para el desarrollo pleno del ser humano. Debo ser sincera y acotar que me parece triste que nuestra juventud esté tan desorientada y que, poco, si no es que nada, coinciden con nosotros los mayores en cuanto a prioridades y escala de valores. Nuestras ideas son diametralmente opuestas cuando se trata de amor de pareja, castidad y mascotas, por poner solamente tres ejemplos.

Por supuesto, no se trata de juzgarlos sino de intentar entender qué es lo que los hace pensar tan distinto a la generación de los que nacimos en los años 70 y 80. Porque también debo aclarar que tengo un grupo muy especial, son jóvenes a los que les interesa dejar huella y trabajar en bien de los demás, por lo tanto, esos valores los colocan muy por encima del pobre concepto que tenemos de la juventud de nuestros días, tristemente representada por los caricaturescos «ninis», aquellos chicos a los que no les interesa trabajar ni estudiar pero sí recibir sin dar nada a cambio. No hay punto de comparación. Estos, a los que me refiero, son parte de aquellos miles que se atreven a soñar en grande y que quieren un país mejor que el que les estamos heredando.

Además, aunque tenemos casi cuatro años trabajando juntos, pude darme cuenta de que esconden muchas sorpresas. Ahora les cuento por qué.

Estábamos sosteniendo una interesante plática durante una de nuestras clases. La charla más o menos versaba sobre que, en la actualidad, mucha gente se divorcia o simplemente no llega al matrimonio, por diferentes motivos, sin embargo, buscan emparejarse sin pensar bien lo que están haciendo.  Yo les comentaba que, a mí me parece, algunos no se valoran lo suficiente y que, en el afán de no quedarse solos, eligen relacionarse amorosamente con quien sea. Total, si no se llevan bien, se separan y listo. Tienen tan pobre opinión de sí mismos que se convierten en una especie de “aspirina” para curar la mala suerte en el amor de otra persona.

Estábamos reflexionando la situación, cuando una de las chicas hizo un comentario que me dejó impresionada. De repente está joven dijo: «Es que le tienen miedo al éxito». Confieso que me quedé muda. Nunca me había puesto a pensar en la sabiduría de esas palabras, emitidas por una jovencita de 22 años.

“Le tienen miedo al éxito”, repetí como si no hubiera entendido, admirada de la profundidad de este razonamiento. Y creo que tiene toda la razón.

Cuando intentamos realizar algo grande en la vida, sabemos de antemano que, antes del éxito, viene el fracaso.  Grandes empresarios han realizado muchos intentos fallidos antes de alcanzar la cima.  Los atletas importantes se han convertido en los mejores luego de muchas horas de entrenamiento arduo y agotador.  Los artistas reconocidos han logrado la fama después de años de práctica, estudio y cientos de pruebas.  En fin, que nada que valga la pena se obtiene a la primera y sin esfuerzo.

Por eso encuentro tan colmado de sabiduría y razón ese atinado pensamiento.  Aquellos matrimonios que duran 30, 40, 50 o más años, no ha sido por casualidad, ¡por supuesto que no!, ha sido gracias a que, durante el camino, han enfrentado inmensos sinsabores, lágrimas y sacrificios para cumplir la promesa de amor y fidelidad empeñada a su pareja y a Dios, frente al altar, el día en que se casaron.

Es porque, a sabiendas de que la persona que eligieron como cónyuge no era perfecto, decidieron esforzarse para entender que todos tenemos defectos y hay que sobrellevarlos para hacerse la vida más amable, porque juntos se hicieron responsables de la vida que construyeron en común, porque les importaba hacer feliz al otro en vez de esperar lo contrario, porque se habían prometido amarse en las buenas y en las malas y lo habían conseguido, porque comprendieron que el enamoramiento y el amor físico no se acaban, sólo se transforman en una decisión de amarse hasta el sacrificio, porque sabían que, al final, entrar en la meta del “amarte y respetarte todos los días de mi vida” los colmaría de felicidad eterna al llegar el momento de tener que entregarle a Dios a la persona con la que se había hecho uno solo, como dice la escritura: “el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y ya no serán dos, sino una sola carne” (Mateo 19, 6).

Y entonces, entendieron que, efectivamente, habían conseguido el éxito, aquel que les permitió perdurar como esposos, hasta el final de sus vidas.

Por eso, atrévete a hacer algo que de verdad valga la pena en tu vida y ¡no le tengas miedo al éxito!

Que tengan una excelente semana.

Por favor, síguenos y comparte: