Decía el danés Sören Kierkegaard que las cosas han cambiado tanto (y eso que él hablaba en el siglo XIX) que ahora, en lugar de un capitán, el que conduce el barco es el cocinero; y en lugar de anunciar la ruta a seguir, lo que se anuncia a los pasajeros (a los ciudadanos) es qué nos van a dar de comer «mañana».
Nosotros somos los pasajeros del barco que se llama México. Y estamos mareados ante tanto aviso de que «mañana» las cosas van a cambiar porque existe la pura voluntad –quizá la pura palabra—de cambiar. Uno de los errores garrafales de nuestros políticos (sin importar el signo o el color) es creer firmemente que con su sola palabra ya se cumplió la promesa. Confunden realidad con deseo. Y transformación con discurso.
Confucio decía que la primera y única reforma que valdría la pena llevar a cabo en una nación sería la reforma del lenguaje. Que las palabras tuvieran el sustento de la verdad. Evitar la contradicción, el desprecio por el compromiso asumido, mentir con estadísticas y alardear con ilusiones.
Es humillar a los pasajeros del barco (los ciudadanos) esconderles la ruta y echarle promesas al plato que se comerían –no que se comerán- «mañana». Es faltar al respeto hacerles creer que, si la nave se estrella contra las rocas de las orillas o se hunde en el abismo, la responsabilidad es de los antiguos capitanes, de los capitanes de otros mares, de otros tiempos, de otras latitudes.
México necesita una relación de armonía entre gobernantes y gobernados. No es fácil. Pero cargarla de agravios la hace imposible. Somos los pasajeros los que tenemos que recuperar el control del barco. Sin motines. Con la dureza y la inflexibilidad del sacrificio por el bien de los demás.
El Observador de la Actualidad
TEMA DE LA SEMANA: ANÁLISIS DE UN HECHO PORTENTOSO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 21 de abril de 2019 No.1241