Por José Francisco González González, obispo de Campeche
Lo que veníamos preparando, el acontecimiento originante de nuestra fe, la pasión-muerte y resurrección de Jesús ha llegado a un punto muy importante. La Semana Santa es acompañar a Jesús en sus últimos, dramáticos y serenos días antes de celebrar su pascua.
Unámonos a los sentimientos de Jesús. Hagámoslo con disposición a revivir en la propia vida la Pasión y Resurrección del Señor.
Dispongamos nuestros corazones para participar con devoción en la Semana Santa.
Los relatos de la Pasión son en general muy parecidos.
Pero cada evangelista tiene su originalidad y su intención particular al narrar su relato. Ahora leemos la versión de la pasión según San Lucas. Este culto y letrado Evangelista, en todo su Evangelio, destaca particularmente la bondad y mansedumbre de Jesús.
Pero estos rasgos se acentúan más en la narración de la Pasión: él quiere mostrarnos que Jesús a través de su Muerte y Resurrección otorga el perdón de todos los hombres, aunque estos no sean tan agradecidos de tan alto acto de amor.
En la narración evangélica notaremos que junto al tema principal del perdón hay otros de importancia. Jesús es un inocente condenado injustamente, y todos lo reconocen, aun sus jueces; el arrepentimiento como una actitud que dispone para recibir el perdón; la confianza en Dios Padre.
Cabe resaltar los rasgos que tiene Jesús en el relato de la Pasión que leemos y escuchamos. Al comenzar la narración hay una discusión sobre “el más importante”, Jesús contesta: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Y así lo demuestra durante toda su Pasión: todo lo hace para servir a los demás, como un esclavo que soporta todo en silencio, que permite que todos lo manden y desprecien, hasta entregar su Cuerpo y su Sangre como alimento.
Jesús mismo dice (y lo repetimos en cada Misa) que su Cuerpo es entregado en beneficio de los hombres, y su Sangre es derramada también en beneficio de todos… y después anuncia que va a la muerte para preparar un Reino en el que sus discípulos reinaremos con Él.
Con la humildad del que sirve soporta las burlas y los golpes, así como las acusaciones de los que quieren hacerlo condenar. Él sabe que su muerte nos dará el perdón y la vida por eso de ninguna manera trata de atenuar o de evitar el sufrimiento que se le presenta. En todo momento guarda silencio delante de sus acusadores.
San Lucas, al igual que otros testigos de la época, relata constantemente que Jesús es la víctima inocente. Así lo reconoce Herodes, que no puede condenarlo, y entonces lo trata de “loco”. En la misma línea se coloca Poncio Pilatos, y lo dirá 3 veces a los acusadores: “No encuentro culpa en este hombre”. No obstante, va a permitir que Jesús vaya a la muerte.
Incluso, uno de los crucificados con Él (conocido como “el buen ladrón”) lo atestigua diciendo: “Este no ha hecho nada malo”. Y, por si fueran pocos, se suma el soldado romano quien, al pie de la cruz, reconoce la inocencia y justicia de Jesús.
Así pues, por estos testigos podemos reconocer que Jesús sufre y padece, no por sus culpas, sino por las de todos los hombres. Ya lo había profetizado Isaías: “Cargó sobre sí, todas nuestras culpas”. Ese es el gran servicio que Jesús nos presta: carga con nuestras culpas y paga padeciendo por todas ellas, ocupando nuestro lugar.
Todos los pecadores reciben el perdón de Cristo paciente y doloroso, que no solamente perdona, sino que incluso descarga en parte la responsabilidad de quienes lo hacen sufrir.
A sus discípulos, les anuncia que serán probados en su fe, sacudidos por el diablo; pero la oración de Cristo por Pedro y los otros apóstoles les fortificará para volver a dar firmeza a la fe de los otros discípulos.
Lucas añade otro gesto de su amor por nosotros. Cada vez que lo negamos, estamos representados en la persona de Pedro, nos perdona otras tantas veces más.
Lo hace con una especial mirada. El Señor se dio vuelta y lo miró. Una mirada que incluía el reproche del amigo, y la comprensión y el perdón de Dios. Y Pedro lo comprendió muy bien.
El momento excelso de la pasión es cuando ofrece un perdón universal a todos los pecadores: “Padre, perdónalos; ¡no saben lo que hacen!”.
Con este gesto de fortaleza espiritual, Jesús quitó todo argumento a quienes consideran que no es posible perdonar o piensan que hay cosas que no pueden o no deben ser perdonadas: Él olvidó la ofensa en el mismo momento y con su oración omnipotente consiguió el perdón para aquellos que parecían ser los menos dignos de recibirlo.
Dos malhechores fueron crucificados con Jesús.
Y San Lucas nos dice que uno de ellos se dirigió a Jesús con palabras llenas de confianza y recibió el perdón y la seguridad de que ese mismo día entraría en el paraíso. Una vida de crímenes y delitos lo llevó a la pena de muerte. Pero, en el último momento de su existencia lo salvó la fe en Aquel que estaba sufriendo la misma pena muy cerca de él.
Según algunas representaciones, todo el pueblo estaba contra Jesús. Pero en el relato que hemos escuchado se nos muestra que los hombres que acusaban al Señor era un pequeño grupo, mientras que la multitud del pueblo acompañaba al condenado sufriendo con Él. Lo seguían por las calles, llorando y lamentándose, y cuando Jesús muere, el pueblo vuelve a su casa, dándose golpes en el pecho (actitud de dolor y penitencia ante el sufrimiento del Señor, que dispone al pueblo a recibir el perdón desde lo alto de la cruz).
Jesús se erige como maestro. Tenemos mucho que aprender y nunca llegaremos a imitarlo, sobre todo en la hondura y universalidad de su perdón. En su Pasión muestra una actitud de servicio, que nosotros tenemos que aprender a adoptar, asumiendo renuncias, contrariedades, sufrimientos; guardando silencio frente a algunas situaciones que debemos vivir siendo víctimas, pero sin “hacernos las víctimas”. También nos enseña hoy nuevamente Jesús a perdonar siempre, adelantándose con el perdón, para darlo antes incluso que lo pidan. Recordemos esta actitud del Señor para procurar hacerla vida en nosotros.
Podemos también asumir el papel de Pedro: prometió ser fiel y dar la vida por Cristo, aunque todos lo abandonaran. Sin embargo, no lo pudo sostener.
Por eso se arrepintió. Nosotros también reconozcamos nuestras infidelidades y confesemos nuestros pecados para recibir el perdón de Dios.
El lugar de alguno será quizás el del buen ladrón: muchos pecados, presentándose a última hora, y sin ninguna obra buena que ofrecer; pero que recibe también la Palabra del perdón, que evidencia que realmente Dios no quiere condenar, sino perdonar.
Los que cada día nos esforzamos por ser buenos cristianos, asumamos el papel del pueblo que acompaña a Jesús, que como Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz… La cruz de todos los días, sin protestas y con gran paciencia. En Jesús comprendemos que el dolor nunca es inútil, si se ofrece con amor: trabajamos y sufrimos con Jesús por el bien de todos los demás, sin sentirnos mejores que los otros, sino reconociendo que también nosotros, con nuestros pecados, somos responsables de la muerte del Señor.
¡Acompañemos a Jesús en esta Semana Mayor! Organicemos nuestras agendas y descansos laborales y académicos para vivir con Él su servicio de salvación, realizado en ofrenda de sangre.