Por P. Fernando Pascual

Para algunos, la famosa frase «atrévete a pensar» representaría uno de los grandes proyectos del Iluminismo del siglo XVIII.

Sin analizar la frase en su contexto y sentido original, podemos preguntarnos: ¿ya nos atrevemos a pensar?

La respuesta, para muchos, parecería obvia: ha aumentado la escolarización, hay muchos medios de comunicación, contamos con Internet…

Pero la respuesta no parece tan obvia cuando se leen tantos y tantos comentarios en Internet de personas diferentes.

Porque en muchas de esos comentarios se palpa odio visceral, simplificaciones distorsionadoras, revanchismo, credulidad, poca comprensión de los hechos.

Basta con ver cuántas personas se quedan con el titular de una noticia cuando tal titular no corresponde a lo que luego dice el artículo.

Algunos dirán que eso es culpa del medio informativo, al atraer lectores con la ayuda de titulares distorsionados y atractivos.

Pero precisamente esa «culpa» del medio muestra, primero, que algunos periodistas piensan más en el éxito que en la precisión; y que algunos (¿muchos?) «lectores» se quedan con los titulares y no son capaces de leer los artículos en sus detalles.

El fenómeno de los titulares engañosos quedaría paliado, según algunos, si el contenido de los artículos estuviera bien elaborado. Sin embargo, un poco de experiencia lleva a una conclusión muy diferente: hay periodistas que distorsionan de modo clamoroso no solo los titulares, sino también su modo de presentar los «hechos»…

Entonces, ¿hemos adquirido, en serio, la valentía de pensar por nuestra cuenta? ¿Somos capaces de tener una mente abierta para distinguir entre datos claros, datos confusos, conclusiones aceptables y manipulaciones ideológicas?

Atreverse a pensar exige un trabajo sistemático y una formación profunda que lleva a acercarse a las noticias y a los hechos con amplitud de miras, con una sana prudencia, y con capacidad para ver mucho más lejos de lo inmediato.

La realidad del mundo en el que vivimos y de las personas que lo configuran es sumamente compleja. Una persona que ha aprendido a pensar tiene la suficiente apertura de mente para evitar simplificaciones reductivas y análisis distorsionados, y para lanzarse a investigar seriamente los hechos del pasado y del presente.

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