Por P. Fernando Pascual

El diálogo entre culturas ha sido, es y será un tema clave en las reflexiones sobre cómo convivir entre los seres humanos.

Al hablar sobre ese diálogo existe un peligro: usar el término «cultura» en un sentido demasiado vago, que puede dejar a un lado las diferencias.

Es cierto que casi siempre, al hablar de culturas, uno de los puntos fundamentales es reconocer que existen diferencias entre grupos, pueblos y naciones.

Pero quedarse en el reconocimiento de las diferencias y no analizarlas en sus aspectos positivos y negativos resulta inadecuado por dejar a un lado un punto importante a la hora de considerar tales diferencias.

Hace falta, entonces, formular la pregunta: )resulta legítimo distinguir entre culturas mejores y peores, entre características positivas y negativas presentes en las culturas?

El mero hecho de formular la pregunta surge desde visiones culturales concretas. Porque para algunos es relevante distinguir entre lo bueno y lo malo al hablar de las culturas, mientras que para otros hacer distinciones de este tipo resultaría erróneo.

La pregunta, sin embargo, no puede quedar entre paréntesis. Aunque la distinción entre acciones buenas y malas no coincida entre muchas culturas, no por ello podemos dejarla de lado al hablar sobre las diferencias culturales.

Incluso el esfuerzo más objetivo por recoger lo que caracteriza a las culturas lleva a descubrir que muchas de ellas consideran buenos algunos criterios y modos de vivir, mientras que condenan como malos otros criterios y otros comportamientos.

En otras palabras: un serio estudio sobre las culturas no puede dejar de lado los criterios sobre el bien y el mal. Tales criterios necesitan una correcta fundamentación, para no incurrir en un subjetivismo que distorsione la perspectiva.

¿Dónde encontrar esos criterios? La respuesta no resulta fácil, pues muchos de esos criterios surgen precisamente desde la cultura a la que uno pertenece… Pero reconocer esto no implica abandonarnos a un relativismo cultural que impida dar la respuesta.

En tantas sociedades donde conviven personas de culturas diferentes, el gran reto consiste en una sana confrontación que evidencie los puntos en común y que reconozca las diferencias, en vistas a profundizar en un tema irrenunciable: ¿qué características de la propia cultura y de las culturas ajenas pueden ser vistas como buenas o como malas?

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