Por P. Fernando Pascual
La tecnología permite una cantidad enorme de acciones humanas, muchas de ellas benéficas, otras de menos valor, algunas dañinas. Basta con pensar en lo que significa tener a mano un buen libro, o en el peligro que amenaza a toda la humanidad por causa de la existencia de miles de bombas atómicas.
El Papa Benedicto XVI explicaba, en «Caritas in veritate» (2009) cómo la técnica es algo humano y, en cuanto tal, está íntimamente relacionada con la libertad y la autonomía.
Con la técnica es posible «dominar la materia, reducir los riesgos, ahorrar esfuerzos, mejorar las condiciones de vida» («Caritas in veritate» n. 69). Desde la técnica, continuaba el Papa, el hombre manifiesta sus potencialidades y aspiraciones, al mismo tiempo que se desarrolla en diálogo con el ambiente que lo rodea.
Benedicto XVI también señalaba cómo la técnica puede incurrir en una cierta autosuficiencia si se limita al «cómo» y olvida los «porqués». En ocasiones, la técnica busca dejar a un lado límites que merecen ser respetados y se expone a convertirse en tecnocracia, en un poder que escapa al control del mismo ser humano que la habría originado (n. 70).
Frente a ese peligro, la inteligencia puede promover un sano desarrollo si se abre a la ética y a la responsabilidad para guiar el uso de la técnica en vistas a los verdaderos bienes que caracterizan nuestra condición humana (n. 70).
Aplicando estas ideas a la economía, el Papa Ratzinger señalaba el peligro de incurrir en el abuso tecnológico en el tema de las financias, cuando se busca el beneficio por el beneficio y se deja de lado la promoción del bien humano integral (n. 71).
Algo parecido puede ocurrir en el modo de usar los medios de comunicación social, cuando algunos los presentan simplemente como algo neutro por su íntima relación con la tecnología. En realidad, ninguna actividad humana es neutral, sino que todas necesitan ser juzgadas en referencia a una correcta visión antropológica (n. 73).
También las intervenciones de la técnica sobre la vida (humana y no humana) y sobre el ambiente merecen ser analizadas en vistas a descartar aquellas dañinas y promover las buenas, algo que en cierto sentido se busca en el desarrollo de correctas perspectivas bioéticas (n. 74).
Detrás de cada reflexión sobre la técnica subyace siempre una pregunta fundamental: «si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios» (n. 74). Además, como subrayaba el Papa Benedicto, una consecuencia de la mentalidad tecnicista aplicada al ser humano ha llevado a ver la vida interior, la experiencia íntima de las personas, de un modo psicologista, dejando de lado la riqueza propia de la vida espiritual (n. 76).
De lo anterior surge el vacío que muchos sienten, la pérdida de sentido, la búsqueda de terapias fáciles. La verdadera solución a estos y otros problemas del corazón del hombre está en reconocer que poseemos un alma espiritual unida al cuerpo, en alcanzar una visión integral, pues «no hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas» (n. 76).
El tema del desarrollo, eje central de tantos documentos de la Iglesia que tratan sobre la ética social, está unido a importantes preguntas sobre la tecnología. En ese sentido, la encíclica «Caritas in veritate» de Benedicto XVI, a 10 años de su publicación, ofrece todavía hoy importantes reflexiones, que han quedado ampliamente enriquecidas gracias a la encíclica «Laudato si'» (2015) del Papa Francisco.