La amenaza de imponer aranceles a los productos mexicanos de exportación, lanzada por el presidente de Estados Unidos Donald Trump, podría ser eso: una amenaza.
O podría ser una realidad que daría al traste con la ya de por sí maltrecha economía mexicana.
Habrá muchos que apuesten por la confrontación con Estados Unidos. Al fin y al cabo, dicen, somos su primer socio comercial y, además, nos necesitan porque su presidente está peleado con China, su segundo socio, y no anda muy bien con Canadá, que es el tercero…
Pero la fragilidad de la economía mexicana no acepta –ni ahora ni en el futuro próximo—una confrontación. Habrá que actuar (lo está haciendo el gobierno mexicano) con tacto y salvar lo que se pueda salvar de esta advertencia unilateral de Trump.
La pregunta que deberíamos hacernos no es si Trump se saldrá finalmente con la suya o no. La pregunta es cómo vamos a fortalecernos sin apelar a partidos, a filias y fobias políticas, a ganadores y perdedores electorales, a caprichos extranjeros.
Los recientes comicios en seis estados del país nos enseñaron –con una participación menor a 30 por ciento del padrón—que andamos muy bajos de pilas en lo que se refiere a civismo y ciudadanía. Tenemos que superar este trance. Dejar de mirar «las mañaneras» o el tweeter deTrump y comenzar a mirar al hermano en dificultad.
La solución es sencilla: se llama amor por México, consumir productos mexicanos, privilegiar lo mexicano, ayudarnos a salir juntos de los hoyos en que nos metieron gobiernos corruptos, partidos inútiles y nuestra desconexión moral. Hemos sido –hay que decirlo—un pueblo que se ha negado a crecer.
Hoy la historia reclama superar el miedo por la vía de la humildad: hacer bien lo que nos toca hacer.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 9 de junio de 2019 No.1248