Por Antonio Maza Pereda
Todavía sintiendo la calidez de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, vale la pena tener algunas reflexiones sobre el tema propuesto por el Papa Francisco para la Jornada 2019: De las comunidades en las redes sociales a la comunidad humana.
El tema se presta mucho al diagnóstico, a la conclusión negativa, a ver lo inhumano en las comunidades virtuales. No es tan fácil ver buenos resultados en las redes. ¿O será acaso que nos hemos acostumbrado a ver lo negativo y a tener una cierta ceguera para lo positivo? Porque ciertamente abunda lo malo y es difícil ver donde sobreabunda el bien. ¿Podríamos ofrecer propuestas en este tema que vayan más allá de las lamentaciones?
Todo parece como si un plan magistralmente implementado está aprovechando las redes para dividir a la sociedad y a las familias, para sembrar el odio y debilitar a la democracia tratando de dañar los valores sociales, cívicos y religiosos que vemos en decadencia. Claro, el mal es escandaloso y se hace notar. El bien es por naturaleza silencioso. Y no busca la notoriedad, el número de “likes” o de seguidores. Su fuerza está en su modestia. Estoy seguro de que hay mucho más bien que mal. Solo que el mal tiene mejor mercadotecnia.
Sin haber hecho una investigación formal, puedo comentar algunas anécdotas que muestran como gente de buena voluntad están aprovechando las redes sociales para que sean, como dice el Papa Francisco, medios para encuentro y solidaridad.
Como la red de mamás jóvenes e inexpertas que se comunican para apoyarse mutuamente, darse consejos, transmitir información que les permite ser mejores mamás y evitar la soledad que sienten cuando el papá está lejos de casa y cuando sienten hostilidad de algunos hacia los hijos latosos y mamás agotadas.
O el pediatra que, sin cobrar, ha generado un repositorio de consejos basados en evidencia médica, para preguntas tan mundanas como la conveniencia de dar chupón a los hijos o que hacer cuando el bebé no para de llorar. Un “sitio” que está en una ciudad media y que tiene seguidores en Indonesia y en Rusia, entre otros lugares donde no se habla el español. Además de seguidores en todos los países de habla hispana.
El encuentro y solidaridad que ofrecen grupos de terciarios de una orden religiosa con muchos siglos de existencia, que aprovechan las redes para coordinarse, notificar sobre oportunidades de formación, sobre necesidades de oraciones o de apoyo humano, de palabras de aliento o un poco de la sabiduría de grupo.
Conozco una familia que están en cuatro ciudades y dos países. Ellos han formado un “chat” llamado “Los Perruchos”, donde se reúnen permanentemente, enviándose fotos y videos, noticias, felicitaciones, y a veces llorando en hombros virtuales o riendo a carcajadas cuando la ocasión lo amerita.
Esa misma familia es parte de otra red de abuelos, tíos, nietos y sobrinos nietos, quienes incluyendo a los Perruchos abarcan a 8 abuelos, 19 primos, 14 nueras y yernos, así como 20 sobrinos nietos y una sobrina bisnieta. Repartidos en 8 ciudades de cinco países. El chat, como era previsible, se llama “El Familión” y ha logrado que, a pesar de la enorme dispersión geográfica, se conozcan todos de cara y de voz, sepan de sus alegrías y sus penas, celebren y se feliciten en las grandes ocasiones. Cosa que sería imposible si no existieran esas redes sociales que están dando encuentro y solidaridad a todos: a los ancianos que están solos, a las viudas y a los dos sacerdotes que a veces se encuentran llenos de ocupaciones, todos ellos miembros del Familión.
Esto no es resultado de una planeación. Se creó por el cariño de unos por otros, la dedicación de una abuela que lleva el inventario y recuerda santos y cumpleaños, otra abuela que recuerda temas religiosos y otros que recuerdan anécdotas viejas y fotos amarillentas de los ancestros y de cuando los sobrinos eran niños. Encuentro. Amor. Solidaridad.
¿Se puede hacer algo para propiciar esas redes profundamente humanas? Es claro que nacen espontáneamente del cariño, del ingenio y de la capacidad de aprovechar los medios que tienen los artífices de esas redes.
¿Podemos hacer algo, como comunicadores, para propiciar lo que el Papa ve como una esperanza? ¿Será acaso que en las redes podrá estar el antídoto a la dispersión de familias y sociedades que propicia la globalización? Tal vez, lo que nos toca es dar a conocer y celebrar el bien que generan las redes. Alertar sobre los defectos, pero sin darles más preponderancia que los grandes logros que esas redes traen a la sociedad. Porque las redes no son más que un instrumento. El bien o el mal que provoquen lo causan quienes lo usan. Como un cuchillo que no es bueno o malo en sí mismo, sino que depende de que uso le da quien lo maneja.