Por Jorge Ocaranza Freyria

Fillip III era un búho moteado de la zona septentrional del sur de Rusia. Fillip sabía desde que nació que era un búho especial. Su madre lo había alimentado bien con roedores y había crecido y se había convertido en un gran búho. Mucho más grande que su hermana Esther IV. Esta familia había vivido por generaciones en una zona llena de deliciosos manjares. Mucho mejor que la de sus vecinos búhos del otro lado del río.

Fillip había aprendido a volar antes que su hermana y ya desde joven cazaba sin problema alguno los deliciosos ratones rayados y las lagartijas que vivían en la zona media de la colina que veía al río. Era en general un búho feliz. Hasta que poco a poco fue creciendo y enfrentándose con los retos diarios de su vida.

Como buen búho que se respete, Fillip comenzó a preocuparse por pequeños temas. Que si había demasiado que comer, que si su hermana no lo tomaba en cuenta para sus cacerías. Hasta que se empezó a preocupar por temas mayores. Que si los búhos indeseables e insoportables del otro lado del río venían a cazar a sus territorios, que si su mamá estaba ya muy enferma.

Temas que lo empezaron a dejar sin dormir. Ahí estaba el buen Fillip con sus ojos redondos y grandes piensa que piensa por las noches. Primero a ratos, hasta llegar finalmente a permanecer despierto toda la noche. Así, poco a poco, el buen Fillip fue haciéndose un experto en preocuparse y en no dormir. Parecía que una cosa alimentaba a la otra y su mente finalmente lo dominaba.

La mamá de Fillip y Esther estaba cada vez más débil por lo que, si quería despedirse de sus parientes de la gran montaña, debían irse ya. Así que volando a paso tranquilo emprendieron el viaje a ver a los parientes pobres. Fueron como siempre bien acogidos, y estando Fillip esa noche parado en una de las ramas preferidas de su tío Oscar VIII, se percató de que el viejo búho dormía plácidamente y durante casi toda la noche. Fillip pensaba que todos los búhos
no dormían.

«¿Es que no se preocupa? ¿Será que ya está muy viejito y no logra permanecer despierto? ¿Estará enfermo?», se preocupaba el buen Fillip.

Al tercer día no pudo más y le pregunto a su querido y viejo tío que cuál era su problema.

«¡Ahh querido sobrino! ¿Tú quieres saber por qué duermo por las noches y hasta ronco parado en la rama del gran tronco? Me di cuenta de que si lograba dormir de noche, podría también cazar de día y disfrutar mucho más de mi vida durante la parte iluminada del día. Entendí que las preocupaciones me quitaban el sueño y que hasta me cambiaban mi vida. Decidí ir resolviendo una por una las preocupaciones más grandes o importantes que tenía y luego ir atendiendo las menores.

Se me hizo un hábito el arreglar y resolver los temas que me quitaban el sueño. Hasta que comprendí que podía darles el valor en mi mente que tenían y de alguna manera ponerlas en una pequeña caja en mi mente. No dejaba que revoloteasen por todos lados y me quitaran mi paz mental. Al principio no fue tan fácil, pero poco a poco lo convertí en un hábito y deshice el otro hábito de preocuparme hasta perder el sueño
y no dormir».

Fillip compendió en ese momento lo que le estaba pasando y supo que él cambiaría su vida. Definitivamente le gustaba vivir en la parte iluminada y brillante del día.

¿Qué tres cosas te están quitando el sueño?

¿Qué estás haciendo para resolverlas?

¿Quién va a ganar esta batalla contra tu mente?

Suerte con tus nuevos hábitos.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 14 de junio de 2019 No.1253

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