Ni siquiera después de la firma de los «Arreglos», que en 1929 pusieron fin a la Guerra Cristera, fue posible que la Iglesia católica dejara de ser acosada en México.
Firmada una paz aparente entre dos obispos y Emilio Portes Gil, presidente desde 1928 a 1930, la Iglesia entró en un modus vivendi («modo de vivir») que le permitía ejercer de nuevo el culto sin necesidad de que el gobierno cancelara ni modificara las leyes anticatólicas.
Los templos fueron devueltos y el culto reanudado, pero pronto los católicos volvieron a encontrar dificultades con el gobierno. En Aguascalientes, por ejemplo, hubo nuevos cierres de templos, por lo que el clero local y varios grupos de católicos protestaron pacíficamente; pero otras personas, como los cristeros José Velasco y José María Ramírez, volvieron a levantarse en armas en 1932, aunque la jerarquía eclesiástica los desautorizó
También en 1932 fue expulsado del país el delegado del Papa, a pesar de que era mexicano. En diversos estados los gobiernos siguieron restringiendo el número de sacerdotes.
Así, en 1931, en el Distrito Federal el gobierno sólo autorizaba la existencia de un sacerdote por cada 50 mil habitantes; y un poco después, en el estado de Querétaro, la legislación permitió sólo un sacerdote por cada 200 mil habitantes.
A finales de 1934 en todo México solamente contaban con autorización para ejercer su ministerio alrededor de 500 presbíteros, mientras que unos 3 mil 500 tenían que ejercer su sacerdocio en la clandestinidad. En 1937 el sacerdote del estado de Chihuahua san Pedro de Jesús Maldonado (canonizado en el año 2000) fue brutalmente asesinado debido a esto último.
Persecución psicológica
En 1934 Plutarco Elías Calles, tras poner en la presidencia de la república a Lázaro Cárdenas, pronunció el 20 de julio el discurso conocido como «El Grito de Guadalajara», en el que llamó a pasar de una lucha física contra la Iglesia a una lucha psicológica. Dijo: «Es absolutamente necesario sacar al enemigo de esa trinchera donde está la clerecía, donde están los conservadores; me refiero a la escuela». Y al día siguiente, en la Cámara de Diputados, el bloque del Partido Nacional Revolucionario —que después se llamaría Partido Revolucionario Institucional— presentó el proyecto de reforma constitucional con la cual se impuso la educación socialista y, por tanto, atea.
Lázaro Cárdenas mantuvo el discurso y las medidas anticlericales. En 1935 hubo más incautaciones de inmuebles que usaba la Iglesia. Ese año, en Aguascalientes, la mayoría de los templos fueron cerrados, el seminario fue clausurado, y sólo 6 sacerdotes fueron autorizados para ejercer.
Entonces cerca de 7 mil 500 cristeros se fueron de nuevo a los montes para reorganizar la resistencia armada, a la que se le conoce como Segunda Cristiada y que involucró a 15 estados del país. Los obispos condenaron esta iniciativa y, a falta del apoyo masivo de los fieles, esta guerra fue dirigida ya no contra los soldados sino contra los funcionarios del gobierno y los maestros encargados de adoctrinar en el marxismo y combatir el cristianismo.
Luego surgió un nuevo movimiento, de corte cívico y pacífico, para luchar contra las embestidas gubernamentales, el Movimiento Nacional Sinarquista, el cual sí contó con la simpatía de la jerarquía eclesiástica. Y Cárdenas, comprendiendo al fin que no podía estar siempre gobernando contra los mexicanos, detuvo la batalla de la escuela. En 1938 los cultos estuvieron nuevamente permitidos en la nación.
Nuevos vientos
En 1940 los vientos en México tomaron un giro menos tenso tras que Manuel Ávila Camacho dijo: «Yo soy creyente». Fue en mucho tiempo el primer presidente de la república en decirse católico; pero fue seguido de otros presidentes —Alemán Valdés, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría Álvarez, López-Portillo, De la Madrid Hurtado y Salinas de Gortari—, todos ellos masones, algo en principio incompatible con el catolicismo.
Cuando san Juan Pablo II visitó México por vez primera,en enero de 1979, López-Portillo lo saludó sin ningún discurso de bienvenida, sólo le dijo: «Lo dejo con su grey». En la visita de 1990, Salinas de Gortari dio al Papa una recepción formal y lo llamó «Su Santidad». Fue hasta la de 1993 que se consideró «visita oficial»; Salinas recibió al Papa y le dio trato de jefe de Estado.
Esto se logró gracias a que aquel modus vivendi eclesial llegó a su fin en 1992 cuando el presidente Salinas promovió reformas a los artículos 3, 5, 27, 28 y 130 constitucionales, las que fueron aprobadas por una amplia mayoría de diputados y senadores, permitiendo reanudar las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede después de más de un siglo de estar interrumpidas.
La nueva legislación reconoció personalidad jurídica a la Iglesia, pero muy limitada —por ejemplo, en su capacidad para poseer bienes inmuebles y en operar medios de comunicación electrónicos—, y devolvió algunos derechos políticos a los ministros de culto, que ahora pueden votar, pero no ser votados.
Pero lo que aún no se le reconoce a todos los mexicanos es este derecho amparado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia».
En México sólo se reconocía la libertad de culto, distinta de la libertad religiosa.
Entre 2011y 2013 se hicieron reformas al artículo 24 de la Constitución, de manera que ya se habló de libertad de religión; sin embargo, sigue siendo limitada, por ejemplo al continuar circunscribiendo el culto público al interior de los templos, lo que demuestra que hasta la fecha la supuesta libertad
religiosa no existe.
También dice el citado artículo constitucional que «nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política». Y aunque en los años anteriores esto sirvió para que políticos de izquierda denunciaran con frecuencia a clérigos católicos por enseñar algunas verdades de la fe católica, hoy la propia izquierda en el poder hace uso frecuente de citas bíblicas, símbolos y ceremonias religiosas con fines políticos y proselitistas.
Redacción
TEMA DE LA SEMANA: A 90 AÑOS DE LA RESTITUCIÓN DEL CULTO
Publicado en la edición impresa de El Observador del 30 de junio de 2019 No.1251