Por P. Fernando Pascual
Opinamos que no lloverá por la tarde. Opinamos que el periódico cuenta noticias verificadas. Opinamos que las promesas electorales son serias.
Luego llegan las sorpresas y los desengaños. Por la tarde cae un aguacero. La noticia era falsa. El político hace lo contrario de lo que había prometido.
Las opiniones se basan en apariencias de verdad, pero no la garantizan, precisamente porque son frágiles, porque carecen de fundamentos sólidos.
A pesar de su fragilidad, las opiniones nos acompañan desde la mañana hasta la noche.
Desde opiniones entramos en la panadería. Creemos a quien nos dice cómo llegar a la farmacia. Respondemos el teléfono ante un número desconocido.
Es cierto que nos alegramos cuando superamos el nivel de las opiniones al conquistar certezas bien consolidadas, científicas, seguras.
Pero también es cierto que en la vida miles y miles de informaciones se caracterizan por ser opiniones débiles, por apoyarse en lo que pensamos como verdadero sin garantías absolutas de serlo.
Gracias a Dios, al apoyarnos en opiniones frágiles muchas cosas suelen funcionar bien, hasta el punto de que sentimos alivio ante tantos resultados positivos.
Muchas veces por la tarde no llueve, como habíamos sospechado. Otras veces las noticias son verdaderas. Y menos veces (por desgracia), los políticos hicieron promesas que luego cumplieron.
Una nueva mañana. Abro la ventana. El cielo «promete» bonanza. Desde esa opinión empiezo el día, con sus encuentros, con sus retos, con sus riesgos, con sus sorpresas.
Luego, lo que ocurrirá no queda totalmente en nuestras manos. Quizá con el pasar del tiempo empezaremos a vislumbrar que este hecho inesperado, esta opinión que resultó inconsistente, abrieron un horizonte de bondad no prevista.
Entonces comprenderemos que Dios quiere (o permite) todo lo que ocurre para conducirnos por un camino misterioso que nos acerca, poco a poco, al abrazo del Padre de los cielos…