Por Claudio de Castro

El demonio lo tiene bien claro. Destruye a los sacerdotes y destruye la Iglesia, sin la Eucaristía. Es un plan bien estructurado, una estrategia estudiada. Ha tenido siglos para afinarla y dedicarse a encontrar las debilidades de nuestros sacerdotes, un talón de Aquiles que los haga vulnerables al pecado. Aprovecha la soledad y el abandono en que a veces los dejamos. Se da cuenta que rezamos poco por ellos pidiendo a Dios que los proteja y los guarde en la pureza de alma y corazón, que los haga santos.

¡Santo cielo! ¡Qué diferente sería todo si rezáramos como debe ser por nuestros sacerdotes!

El demonio ha vuelto a desenvainar su larga y filosa espada en la que se lee: “DESACREDITAR”. Es como si tuviese varias espadas y cada una más filosa que la anterior, para hacernos daño. En una tiene inscrita la palabra: “SEMBRAR ODIO”, en la otra: “IMPUREZA”.

Golpea sin piedad a la humanidad y la Iglesia de Cristo, tratando de hacerla caer. Pero no puede. Lo que sí puede es hacer daño. Y es que todos somos pecadores. Nos sostienen la gracia de Dios, la oración, vivir en su presencia amorosa, la vida sacramental.

Un sacerdote que cae o abandona su vocación, es su mayor triunfo. El ruido que hace es estruendoso. En un bosque son como los árboles más grandes y robustos, los más cercanos al cielo, por eso al caer hacen tanto ruido. No son cualquier árbol.

Necesitamos santos sacerdotes. No te canses de pedirlos: “¡Señor, danos santos sacerdotes!”

Piensa esto: ¿Rezas por el sacerdote de tu parroquia? ¿Le pides a Dios que lo proteja? ¿Le has brindado tu amistad? ¿Colaboras en su parroquia?

Siempre recuerdo aquél sacerdote que comía solo su cena de Navidad en la cafetería de una gasolinera porque ninguno de sus parroquianos se acordó de él.

Los sacerdotes son la presa más valiosa para el demonio, los más buscados y atacados. Tienen debilidades como tú y como yo. Son humanos, provienen de un hogar. Hay que rezar siempre por ellos.

El demonio trabaja en silencio para hacerlos caer en “GRAVES PECADOS” que escandalicen, para desacreditarlos, sacarlos de circulación y de paso golpear la Iglesia. Son pecados que hacen mucho daño.

A veces pienso que no es solo malo, el demonio es malísimo, padre de la mentira, asesino de hombres.

Estos son tiempos difíciles para nuestra Iglesia. Es golpeada por muchos frentes y los escándalos abundan. Pero no nos desanimemos, tengamos el coraje de ser fieles discípulos de Jesús.

Busquemos a Dios, recemos, tengamos fe y pidamos a la Virgen María que nos proteja y cuide a los sacerdotes de su Hijo.

Sin sacerdotes no hay Eucaristía. Es hora de rezar por ellos.

San Luis María G. de Montfort en su “Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María” escribió estas palabras proféticas: “Dios ha hecho y preparado una sola e irreconciliable hostilidad, que durará y se intensificará hasta el fin. Y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer. De suerte que el enemigo más terrible que Dios ha suscitado contra Satanás es María, su santísima Madre… Satanás, que es tan orgulloso, sufre infinitamente más al verse vencido y castigado por una sencilla y humilde esclava de Dios, y la humildad de la Virgen lo humilla más que el poder divino”.

Acudamos a la Virgen María en medio de tantos escándalos y pidamos su protección maternal. Ella sabrá protegernos y mostrarnos el camino hacia su hijo Jesús. Y no temas… Su Inmaculado Corazón al final triunfará, ¡para la Gloria de Dios!

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