Por P. Fernando Pascual

No es fácil, si las prisas nos agobian, dejar espacios para Dios.

Actividades, mensajes, llamadas, asuntos pendientes, forman como una nube tóxica que genera cansancio y que cierra horizontes para lo mejor.

En esos momentos, necesitamos encontrar caminos para librarnos del peso de tantas preocupaciones para avanzar hacia lo único importante.

Porque en la vida lo que realmente cuenta, lo que dura para siempre, es lo que sirve para abrirnos al amor de Dios y al amor a los hermanos.

Necesitamos emprender, cada día, un camino interior que nos lleve hacia Dios.

Un camino que deje atrás todo aquello que no es necesario.

Un camino que permita escuchar el Evangelio para que cambie nuestras vidas.

Un camino que permita ver nuestros pecados a la luz de la misericordia y nos anime a pedir perdón.

Un camino que nos acerque a los hermanos, a tantos hombres y mujeres que son hijos del mismo Padre y que buscan lo mismo que nosotros.

El camino interior hacia Dios genera alegría, porque nos libra de angustias y deseos innecesarios. Abre a la esperanza, porque descubre, nuevamente, a Cristo.

Hay días y semanas que acumulan tensiones que nos arrastran hacia la inquietud.

Pero con un corazón atento y una mente purificada, podremos dejar atrás el lastre que daña y la angustia que paraliza.

Entonces escucharemos, como si fuese nueva, la voz del Maestro que nos dice: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso…» (Mt 11,28).

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