Por P. Fernando Pascual

Hay momentos en los que intentamos detener el frenesí diario para mirar dónde estamos en la vida, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Son momentos en los que algunos sienten pena por decisiones del pasado. Si no hubiera hecho esa carrera. Si no hubiera despreciado a aquel amigo…

Son momentos en los que otros piensan que han equivocado la profesión, o su matrimonio, o sus opciones más importantes.

Son momentos en los que algunos agradecen la trayectoria seguida, porque descubren la belleza de una ruta que les abre a la esperanza.

En esos momentos, y con la mirada puesta en el presente, podemos hacer una oración sencilla, humilde, confiada.

Señor, en estos instantes de pausa te agradezco el don de la vida que me has dado.

Sé que no siempre la he invertido en lo bueno, lo noble, lo bello, lo justo, pues muchas veces el egoísmo o la pereza han ahogado tantos buenos proyectos.

A veces me pregunto si me habré equivocado, si estaré viviendo fuera de tu plan maravilloso, si mis actos no habrán estado la mayoría de las veces cerca del pecado y lejos de la gracia.

Por eso te pido, Dios mío, que ilumines mi mente, que concedas amor a mi corazón, que me llenes de esperanza para no quedarme en quejas destructivas.

El pasado, lo sé, no puedo cambiarlo. Queda ahí, con sus luces y sus sombras, con sus momentos hermosos y con sus pasos en falso, con los encuentros con amigos verdaderos y con enemigos engañosos.

Quisiera, con tu ayuda, reparar el mal que haya hecho a otros, y perdonar a quienes me han herido con sus palabras, con sus decisiones, con sus gestos.

No sé cuánto tiempo me quede de vida. Ni siquiera sé si llegaré a la noche. Este ahora que me concedes quiero aprovecharlo con la mirada en Ti y con la certeza de que con tu ayuda todo lo puedo.

Señor, me pongo en tus manos. Purifícame de todo lo malo que el tiempo ha dejado dentro de mí. Y concédeme la gracia de un amor fresco, humilde y dispuesto a seguirte lleno de fe y de alegría…

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