Por Angelo De Simone R.

Cada vez se hace más importante entender que la única forma de generar un cambio social positivo es  a partir de la educación. La sociedad que muchas veces soñamos y lógicamente queremos, se gestará en la escuela que construyamos y se fundamentará en la educación que ofrezcamos.

Hoy son muchos los héroes que se dedican a la ardua, mal comprendida y titánica tarea de educar sin recursos físicos. Debemos de entender, de una vez por todas que, si queremos una sociedad en progreso, en que todas las personas sean iguales y, consecuentemente, tengan las mismas opciones para realizar sus sueños, una sociedad justa, solidaria y cohesionada, el conjunto de nosotros estamos convocados a la tarea de educar.

Ahora bien, por la acciones que observamos en los diversos sistemas educativos, parece ser que optamos por una sociedad desigualitaria, injusta, regresiva, con oportunidades para una minoría; si queremos una sociedad individualista, con escasas convicciones democráticas, solo tendremos que olvidarnos de la educación, tarea bastante sencilla que lleva al desgaste y al cansancio, abortando todo posible tipo de aprendizaje.

Las crisis que vivimos a nivel educativo en nuestras escuelas, cada vez es más alarmante. Los orientadores escolares tienen hoy múltiples y complejas funciones, que emergen del nuevo escenario social, cultural, etc. en el que vivimos en la actualidad.

Una educación inclusiva, equitativa, de calidad que promueva oportunidades de aprendizaje para todos, es la función clave del orientador en estos momentos. Es de suma importancia ya derrocar los pensamientos impuestos por ideologías absurdas que castran el hermoso arte de parir ideas, tal como lo plantearía Sócrates en la Mayéutica. Debemos procurar luchar incansablemente para que todo pensamiento de los estudiantes sea generado, purificado y desarrollado con la altura y respeto que se merece.

A partir de todo esto, no podemos perder de vista lo inminente y necesario de contar con los  múltiples recursos de naturaleza diversa: funcionales, organizativos, curriculares, personales, etc. para atender a una amplia gama de situaciones en las que los estudiantes requiera algún tipo de apoyo, transitoriamente o a lo largo de toda su escolaridad.

Ya llevamos un tiempo haber iniciado un nuevo curso escolar, arrancando así otro año con los profesores de colegios, institutos y universidades desmoralizados. Escuelas donde la autoridad ha sido invertida en favor de los estudiantes.  Modelos de enseñanza anticuados que no parecen estar de la mano con los avances científicos y tecnológicos. Y una cultura educativa que arrincona la excelencia y promueve la mediocridad, que inevitablemente se extiende después a la empresa o la política, cuyas consecuencias estamos padeciendo en la actualidad.

Ciertamente no es una tarea fácil, pero si es necesario preguntarnos entonces, ¿Cómo orientar a un sistema educativo lleno de tropiezos, de ambiciones y de una deuda incalculable con la historia? Claro está que el primer paso es no separar el tipo de escuela que queremos del tipo de sociedad que deseamos alcanzar. Los centros escolares no sólo educan a través de los mensajes que transmiten, sino fundamentalmente a través de las prácticas, formalizadas o no, que entre todos los participantes producen.

Debemos promover una escuela democrática, con voz propia,  abierta al entorno, con espacios de encuentro entre todos los actores educativos que amplía el repertorio de oportunidades para el ejercicio de la ciudadanía. Este modelo de escuela, que hace comunidad, debe establecer un trabajo en conjunto con otros referentes socioeducativos, asociaciones de barrios, ONG y cualquier otra entidad que permita aportar en la consumación de una sociedad en pro de la educación.

Hoy la tarea es exigente y consiste en que, unidos y por nuestros jóvenes,  exijamos estructuras y modelos de participación que garanticen la representación y el protagonismo de toda la comunidad educativa: dirección, profesorado, personal de administración y servicios y familias; en los espacios de discusión, reflexión y toma de decisiones, lo que implica establecer canales eficaces para compartir la información necesaria para asumir consensos entre todos los sectores implicados.

Hoy el reto cada vez es mayor: debemos abolir la censura educativa, protegiendo la Academia y el libre ejercicio de la misma, convirtiendo nuestras aulas en Ágoras y Areópagos de conocimiento, buscando formar futuras generaciones protectoras del pensamiento libre y la cristalización del sueño de una sociedad formada en cimientos sólidos y conocimientos consolidados. Es nuestro deber y la historia nos lo reclama: atendamos inmediatamente la crisis en nuestro sistema educativo.

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