Por P. Fernando Pascual

Distinguimos entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo sano y lo enfermo, lo beneficioso y lo perjudicial, lo importante y lo accesorio.

Hay errores cuando no distinguimos bien. Por ejemplo, cuando declaramos que algo sería beneficioso y luego resulta perjudicial, o cuando votamos a un candidato por creer que ayudará al país y luego lo lleva a graves daños.

Acertamos, en cambio, cuando las distinciones nos acercan a la verdad y nos alejan del error (verdad y error también son parte del mundo de nuestras distinciones).

¿De dónde viene esa capacidad de distinguir entre ideas, personas, objetos, situaciones? De nuestra inteligencia, orientada a buscar lo verdadero para separarlo de lo falso. De nuestra voluntad, que desea el bien y quiere alejarnos del mal.

Por eso, nos ayuda mucho pensar con una sana disciplina interior que sirva para nutrir bien las reflexiones y así conocer mejor las cosas para luego establecer las distinciones adecuadas.

Igualmente, al orientar nuestro querer, al amar, necesitamos luz, consejo, prudencia, para no equivocarnos, con todos los daños que se producen por amores desorientados, corrompidos, equivocados.

En el camino de la vida hacemos miles de distinciones. Buscamos buenos consejeros que nos orienten a distinguir correctamente las cosas. Al mismo tiempo, también nosotros queremos ayudar a los seres queridos para que disciernan bien, para que distingan adecuadamente lo que piensan y quieren.

Dios, que nos ama y nos ofrece de diversos modos su luz, quiso ser guía de los hombres en este continuo esfuerzo por distinguir y separar entre lo positivo y lo negativo gracias a la venida al mundo del Hijo.

Desde entonces, hay una luz que “ilumina a todo hombre” (cf. Jn 1,9). Esa luz es el Verbo hecho carne: Jesús, Hijo del Padre e Hijo de María. Tenemos, además, un Espíritu que nos conduce hacia la verdad completa (cf. Jn 16,13).

Gracias a la ayuda divina, podremos seguir en el camino de la vida con menos errores al pensar y al amar, y con mayores aciertos. En nuestra conciencia brilla la luz de la gracia que nos permite hacer bien las distinciones y avanzar, cada día, hacia la plenitud auténtica de la condición humana.

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