Por Tomás de Híjar Ornelas
“Me lo pensé un segundo, porque sabía que eso haría que mis antepasados se revolvieran en su tumba, y me gustaba motivarlos siempre que puedo”. Poppy Z. Brite
Como parte de la adecuación a los tiempos nuevos, el diario vaticano L’Osservatore Romano cuenta ya con suplemento mensual femenino, Mujeres, mundo, Iglesia es su título.
El que se ha puesto en circulación el 26 de enero del 2020 pone el dedo en otra llaga no distinta ni ajena a las que en torrente se han venido ventilando en los últimos años, nada distantes de las que describió el beato Antonio Rosmini en su libro De las cinco llagas de la Santa Iglesia, que con una pizca de sorna dedicó a sus correligionarios de la clerecía católica y que bien podría complementarse en nuestro tiempo con el que bajo el título Clérigos, dio a la luz en 1995 el todavía presbítero alemán Eugen Drewermann bajo el título Clérigos. Psicograma de un ideal.
En Delle cinque piaghe della Santa Chiesa, que ojalá fuese lectura espiritual en los seminarios conciliares y las casas de formación para la vida consagrada masculinas y femeninas, pues se tiene acceso a la obra en todos los soportes y lenguas, enuncia los siguientes hematomas: La separación entre el pueblo cristiano y el clero, es decir, el clericalismo tantas veces denunciado en nuestros días por el Papa Francisco. La insuficiente formación cultural y espiritual del clero, que le incapacita para dialogar con la nueva cultura de su tiempo. La desunión de los obispos entre sí y de los obispos con el clero y con el Papa, esto es, una iglesia dividida en búsqueda de poderes, de influjos externos, que para fortuna nuestra no es ya ni siquiera una sombra de lo que llegó a ser. La injerencia política en el nombramiento de los obispos, que reducía su ministerio al de funcionarios del poder establecido («monarcas ricos de una iglesia rica», en palabras de Rosmini), y Las riquezas de la Iglesia, que no por estar hoy en día tan disminuidas siguen siendo un tema insignificante entre sus asuntos a transparentar.
La llaga a la que aludimos en el tema planteado en esta columna tiene qué ver con los abusos sexuales y de poder cometidos contra las monjas en el seno de la Iglesia católica por parte de eclesiásticos, más allá de las condiciones de las mujeres que viven enclaustradas y de la explotación laboral que pueden sufrir, del agotamiento laboral (síndrome del trabajador quemado) y del estrés postraumático que de ello deriva.
Entrevistado al respecto hace poco, el Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, cardenal João Braz de Aviz, habló del seguimiento de casos que ante su autoridad se atienden cuando son eclesiásticos los involucrados en abusos a las que por su carisma viven enclaustradas, las monjas en sentido estricto, tema acerca del cual el Papa Francisco ha pedido total transparencia y hasta ha tomado cartas en el asunto en materia de abuso de autoridad en los institutos y del abandono y repudio de las monjas que dejan su monasterio, al grado que en Roma, gracias al impulso de su Obispo, recién se ha creado una casa de acogida para mujeres que habiendo sido monjas han dejado de serlo por dispensa papal de sus votos.
Se trata, pues, de un caso que por doloroso y lesivo es digno de toda atención e interés incluso entre nosotros, mexicanos.