Por P. Fernando Pascual
Una persona con títulos, competente, reconocida académicamente, puede publicar un buen artículo que luego leerán pocas personas.
Una persona sin títulos, con una competencia mediocre y sin reconocimientos en el mundo académico, puede publicar un post en su muro de Facebook o en un blog y ser leído por muchas personas.
Una de las sorpresas del mundo digitalizado consiste en que un experto puede ser conocido por pocos, mientras que un sencillo usuario (a veces poco competente en el tema que presenta) llega a miles y miles de seguidores.
Este fenómeno puede tener aspectos negativos y aspectos positivos. Pensemos, por ejemplo, en un médico que consigue probar la eficacia de una dieta, publica sus estudios y luego es leído por pocos especialistas…
Al mismo tiempo, un blogger apasionado de temas gastronómicos pero sin títulos ni reconocimientos, propone una dieta aprendida en su familia que es divulgada de modo viral en las redes sociales.
Alguno pensará que un científico serio no aspira a ser leído por quienes no comprenderán sus aportaciones, sobre todo si sus estudios tendrían consecuencias positivas para mejorar el modo de vivir de la gente.
En realidad, resultaría extraño que los expertos logren una difusión reducida de sus estudios, solo para una especie de club elitista de conocedores, mientras el gran público consulta propuestas y vídeos fácilmente comprensibles pero sin garantías de seriedad (con todos los riesgos que esto implica).
De este fenómeno también resulta posible alcanzar resultados positivos, pues existen personas que, sin titulación, son verdaderos genios. Sus reflexiones y descubrimientos, que no serían casi nunca aprobados por el comité científico de una revista seria, podrán enriquecer a miles de personas gracias a su puesta en circulación en Internet.
Ante el fenómeno de Internet, con títulos o sin títulos, la gente divulga ideas y reflexiones de todo tipo. Lo importante es formar a los lectores para que, ante un texto o un audio, sean capaces de distinguir entre lo válido y lo equivocado, en orden a acercarse a verdades que sirvan para mejorar la vida presente y para prepararse al mundo al que todos llegaremos tras la frontera de la muerte.