Por Ana Paula Morales
En la Ciudad de México, este viernes 13 de Marzo de 2020, se celebró en los jardínes de la Nunciatura Apostólica en México, el 7º aniversario de elección del Papa Francisco. A este evento acudieron obispos, sacerdotes, monjas y lacios. Todos ellos muy cercanos a la embajada Vaticana.
Entre los obispos se encontraba el presidente del Episcopado Mexicano, Mons. Rogelio Cabrera,arzobispo de Monterrey, el vicepresidente Mons. Carlos Garfías, arzobispo de Morelia y Mons. Alfonso Miranda secretario de la CEM y obispo auxiliar de Monterrey.
En la Misa de Acción de gracias, presidió la homilía Mons. Carlos Garfías quien manifestó su agradecimiento a Dios y a la Nunciatura por la elección del Papa Francisco y destacó que tenemos que luchar y pedir por la paz de nuestro país.
A continuación la homilía completa.
“La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular” (Mt 21 42)
Apreciado Señor Nuncio Apostólico, Franco Coppola,
estimados Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos,
Señores Embajadores,
Invitados Especiales. Hermanas y hermanos religiosos. Querido Pueblo de Dios, hermanos y hermanas:A todos les saludo con mucha alegría y afecto en Cristo, nuestra paz, en esta Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, que nos permite experimentar a Dios Padre y recibir su misericordia, para ser misericordiosos como Él.
Hoy la Iglesia que peregrina en México, nos unimos con gran alegría y jubilo a la celebración del 7o Aniversario de la Elección del Papa Francisco como 266 Sucesor del Apóstol San Pedro, a quien expresamos nuestro cariño, admiración y gratitud por ser un Pastor humilde, sabio y prudente que nos permite experimentar en su persona y en su ministerio universal, el amor de Padre, la Sabiduría de Maestro y la cercanía de un Amigo. La preocupación y la incertidumbre por el corona virus que nos impulse a orar con más intensidad y disponernos para poner nuestro mejor empeño en prevenir y estar preparados, lo mismo que hacer lo propio para atender a quienes sean victimas de la pandemia.
En los textos que hemos escuchado de la Palabra de Dios, tanto del Génesis (37, 3-4-12-13a. 17b-28), como del Evangelio de San Mateo (21, 33-43. 45-46) se describen dos actitudes que dañan el proyecto de Dios y la paz social: la violencia fratricida y la injusticia.
En la primera, la rivalidad, la envidia y los celos, provocan que José, esté a punto de perder la vida por sus propios hermanos, quienes, dominados por el coraje, están dispuestos a promover todo tipo de violencia, con la intención de borrar a su hermano del camino, es donde aparece que la Providencia de Dios, se manifiesta oportuna, y, en este caso, surge por la intercesión de Rubén y de los ismaelitas que transitaban por aquel lugar.
En cambio, la injusticia, la evidenciamos en los viñadores homicidas que, abusan despiadadamente de la confianza que les fue depositada por el propietario. Estos hombres, dominados por la ambición y la avaricia, pierden todo tipo de respeto, sin importarles apalear, apedrear y matar a los enviados del dueño, e incluso, rayan en lo nefasto, cuando terminan con la vida del Hijo del Propietario. Afortunadamente, la historia no termina con el triunfo del malvado, sino con la victoria de Dios que cambia la historia y transforma “la Piedra que desecharon los constructores, en la piedra angular”.
Aunque queda claro que, ambos relatos aparecen como un anticipo y preparación del ánimo para saber apreciar lo que será la traición, prisión, condena y muerte de Jesús, también se convierten en una analogía del drama que vive el ser humano en el mundo actual, donde la violencia fratricida, evidenciada en los celos, la envidia, la competencia y la soberbia, hace que el hombre atente contra la vida de sus propios hermanos, dañándolos con todo tipo de atropellos y arbitrariedades, y, al mismo tiempo, refleja las injusticias que perjudican la armonía humana y lastiman el bien común, dejando fuertes heridas de discriminación, desigualdad, trata de personas, explotación laboral, persecución a minorías y violación de los derechos humanos.
Para el Papa Francisco, durante los siete años de su pontificado, el combate contra la violencia fratricida y contra la injusticia, han ocupado un lugar prioritario, transversal y desafiante. Su voz de justicia, paz y reconciliación ha resonado con fuerza y firmeza en todo el planeta. Para él, “ante la violencia, la injusticia y la opresión, el cristiano no puede encerrarse en sí mismo o esconderse en la seguridad de su propio recinto; la Iglesia tampoco puede encerrarse en sí misma, no puede abandonar su misión de evangelización y servicio” (Ángelus 9-02-2020).
En el Papa Francisco, la construcción de la paz no es una opción alternativa de la que se puede hablar o callar, según convenga. Para él, la Paz, es un reto eclesial desafiante que exige ser asumido desde el Evangelio y como misión impostergable de la Iglesia. Así lo deja ver en los Mensajes que ha dirigido para las Jornadas Mundiales de la Paz, con los cuales, abre y señala un camino progresivo de esperanza y reconciliación.
En este camino, Francisco, señala cómo ruta de la Paz en primer lugar a la fraternidad, desde la cual, se extingue la guerra, siempre y cuando, cada uno reconozca en el otro a un hermano del cual preocuparse. Posteriormente, se detiene en las profundas heridas que desgarran la fraternidad y la vida de comunión, tales como, el flagelo de la explotación del hombre por parte del mismo hombre. El camino continúa, con una invitación a vencer la indiferencia, la cual, nos hace incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que no nos compete.
El Papa da un siguiente paso, cuando habla de la no violencia practicada con decisión y coherencia, al mismo tiempo, cuando exhorta a abrazar a todos aquellos que huyen de la guerra por hambre o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación del ambiente.
A la vez señala dos aspectos que son fundamentales en la construcción de la paz, por un lado, la creación de una buena política que esté al servicio de la paz y, desde la cual, se respete y se promuevan los derechos humanos fundamentales, de modo que, se cree entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud, y, por el otro, la paz, como un bien precioso y una meta hacia la cual tendamos a pesar de los obstáculos y las pruebas (Mensajes del Papa Francisco para las jornadas mundiales de la paz, 2014-2020).
A esta ruta de Construcción de paz, marcada por el Papa Francisco, la Iglesia que peregrina en México nos hemos unido, no solo rechazando los tipos de violencias fratricidas y de injusticias que se cometen a diario en nuestro País, sino que, además, hemos optado desde nuestro Proyecto Global de Pastoral y en nuestros planes diocesanos de pastoral por la opción por una Iglesia comprometida con la paz y las causas sociales, cuya finalidad es poner en el centro de nuestra vida a Jesús y su Reino de paz (PGP 174) y al mismo tiempo, combatir la violencia, con la cultura del amor; y la justicia, con el respeto y la promoción de la dignidad humana y los derechos fundamentales del hombre. Algo muy preciso es el compromiso por educar para La Paz y la atención y acompañamiento a las víctimas de las violencias.
Desde este compromiso, movidos por el Espíritu, estamos decididos a que la Construcción de la Paz, no se quede en niveles universales y un bonito propósito, sino que llegue a todos los espacios humanos y territoriales de nuestro País, a través de una estrategia nacional y provincial para la promoción de una cultura de paz, participación y reconciliación, a través de un acompañamiento y transformación de víctimas de la violencia en México, cuya finalidad, es educar para la paz, crear centros de escucha y atender a todas la víctimas y victimarios de las violencias.
Queridos hermanos, hoy agradezcamos al Señor, por el Pontificado del Papa Francisco y pidamos para que su cercanía y ternura siga siendo para la Iglesia y para el mundo un mensaje de Paz y Reconciliación, una luz para guiar nuestros caminos por la senda del amor.
Que María Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de la Paz, interceda por el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, que Ella lo acompañe, lo anime y lo bendiga siempre en su Ministerio Petrino. Que ella también interceda por todos nosotros para que sigamos comprometidos en la construcción de la vida, en la esperanza y la paz de nuestra amada patria, y que en su Hijo, todos tengamos la vida en la que gocemos siempre de su paz.
Que así sea.
En Cristo, nuestra Paz