El asunto que tiene hoy en alerta al planeta es la pandemia iniciada en China por un coronavirus cuyo nombre aprobado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que lo use el común de la gente es COVID-19, mientras que científicamente es SARS-CoV-2.
¿Qué tan peligroso?
El primer SARS-CoV también hizo su aparición en China, en 2003, y en total llegó a 27 países, enfermando a 8 mil 45 personas en el planeta y matando a 765, lo que indica una mortandad del 9%.
Por sus siglas en inglés, SARS-CoV viene a significar «coronavirus del síndrome respiratorio agudo grave». Así que el COVID-19 o SARS-CoV-2 también es causa de tal síndrome, que es una forma de neumonía.
Al principio la mortalidad por el COVID-19 andaba en 2%, pero el 3 de marzo la OMS reconoció un aumento, llegando a 3.4%. Y sigue en ascenso. Aun así a muchos les pareció poca cosa, y decían: «Cada año muere medio millón de personas por complicaciones de la influenza. El COVID-19 sólo ha matado ni a 50 mil personas, así que no hay por qué preocuparse tanto».
La falacia de esta postura radica en que el nuevo coronavirus no se ha extendido de manera generalizada y habitual en todas las regiones del planeta, lo que sí ocurre desde hace años con los virus de la influenza, cuya mortandad global es de menos del 1%. Si no se actúa para impedir que el SARS-CoV-2 llegue libremente a todos lados, podrían morir no miles sino decenas de millones de personas.
Polarización
Con todo esto se ha vivido una polarización. Hay quienes se prepararon antes de que en sus países se les llamara a encerrarse en cuarentena. Otros, en cambio, insistieron en continuar con una vida normal.
Ejemplo, tras que en Italia se cancelaran todas las Misas con presencia de fieles, aún por bastantes días los bares y restaurantes seguían abiertos, y con grandes aglomeraciones de personas; es decir, las medidas de prevención llegaron a ser totalmente dispares entre la gente.
Es difícil saber exactamente cómo reaccionar ante una enfermedad epidémica nueva, pues siempre asaltan dudas: ¿se está exagerando en prevenciones o, por el contrario, habría que ser más mucho más precavidos?
La Iglesia y las epidemias
Si hay algo que han demostrados dos mil años de cristianismo es que, en una situación así, la vida espiritual sigue siendo tan importante como siempre, si no es que más, pues hay que asegurarse de que, aunque las epidemias maten a personas, ninguna pierda la salvación eterna. Así, Francisco ha hecho este llamado:
«Continuamos rezando juntos por los enfermos, por los operadores sanitarios, por tanta gente que sufre esta epidemia. Rezamos al Señor también por nuestros sacerdotes, para que tengan la valentía de salir e ir hacia los enfermos, llevando la Palabra de Dios y la Eucaristía, y acompañar a los operadores sanitarios, a los voluntarios, en este trabajo que están haciendo».
A lo largo de la historia, ha sido la Iglesia la que, a través de sus hijos —clérigos, monjes, monjas y laicos—, ha ido al encuentro de los enfermos justo cuando los demás huían de ellos. Uno de los casos recientes tuvo lugar con la aparición de la epidemia del SIDA a principios de los años 80: no existían tratamientos y nadie quería acercarse a los contagiados y, mucho menos, hacerse cargo de ellos; hasta los hospitales públicos los rechazaban. Fue la Iglesia, en especial mediante el trabajo de la madre Teresa de Calcuta y su congregación, que abrió los primeros hogares para sidosos y asumió su cuidado.
Y más atrás fue igual; por ejemplo, en el siglo XIV, con la pandemia de la «peste negra» o peste bubónica, que mató a 75 millones de personas. No sólo surgieron por entonces algunas órdenes o instituciones religiosas para atender a los enfermos, sino incluso para enterrar los cadáveres porque nadie quería acercarse a esos cuerpos por miedo al contagio. Entre ellas puede mencionarse la congregación laical hospitalaria de los Hermanos Celitas, cuyo objeto de servicio era precisamente la atención de los enfermos más extremos.
De hecho, la Iglesia triunfante cuenta con todo un cúmulo de heroicos cristianos, algunos famosos y hasta canonizados, y otros que permanecen en el anonimato pero que, por igual, ofrecieron sus vidas para ayudar física y espiritualmente a otros en tiempos de epidemias, pues estaban conscientes de lo más importante, conforme a las palabras del Señor: «No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el Infierno» (Mateo 10, 28).
Hoy como ayer
En algunos países hay sacerdotes —incluso de la tercera edad, a pesar de su mayor vulnerabilidad ante esta pandemia— que depositando toda su fe en Cristo han saliendo a las ciudades semi desiertas para bendecir calles, casas y, por supuesto, a la gente, rogando a Dios que sea protegida del actual coronavirus.
Por ejemplo, el padre Leonardo Ricotta, párroco de la Iglesia Santa Ágata en Palermo (Sicilia), Italia, salió llevando al Santísimo Sacramento.
En Milán, Italia, un sacerdote religioso de nombre Gianbattista, llevando el Santísimo y un rosario, hizo solo una procesión desde la capilla de su convento hasta las calles, cantando alabanzas al Sagrado Corazón de Jesús y rezando en latín a la Virgen María, Salud de los enfermos, pidiendo ayuda contra el coronavirus.
En Estados Unidos, el obispo Joseph Strickland, de Tyler, Texas, ha dicho «sí» al llamado de un periodista católico para que los obispos lleven el Santísimo en procesión por las calles de sus diócesis haciendo frente a la epidemia.
Sobre Beirut, capital de Líbano, el sacerdote de rito maronita Majdi Allawi, se ha subido a un helicóptero llevando la custodia con el Santísimo Sacramento, y así ha bendecido y puesto bajo la protección de Dios a toda la ciudad frente a la propagación del virus.
La muerte de sor Juana Inés de la Cruz
El próximo abril van a cumplirse 325 años del fallecimiento de la religiosa y poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz.
A principios de 1695 se desató una epidemia en la capital mexicana, que unos dicen que fue tifus y otros que cólera. La enfermedad entró al convento matando a nueve de cada diez monjas contagiadas. Sor Juana, atendiendo a sus hermanas religiosas enfermas, contrajo la enfermedad hacia el 17 de febrero, falleciendo finalmente el 17 de abril, cuando tenía cuarenta y seis años de edad.
Redacción
TEMA DE LA SEMANA: LOS SANTOS QUE TRABAJARON POR LA SALUD
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 22 de marzo de 2020 No.1289