Por P. Fernando Pascual
Quienes trabajan en el mundo digital (tablets, computadoras, teléfonos móviles) encuentras problemas de diverso tipo que impulsan a buscar soluciones.
Unos problemas surgen cuando quieren adaptar el dispositivo a un modo que sea más adecuado a los propios deseos.
Otros se producen en el uso normal del aparato: hay fallos de sistema, pérdidas de datos, desgaste de la batería, y un largo etcétera de posibilidades.
Ante los problemas que aparecen ante nosotros, es fácil emprender una especie de lucha para superarlos, y constatar que esa lucha se alarga más tiempo del previsto.
La búsqueda de una solución puede generar un nuevo problema. El cambio en la configuración general obstaculiza otro programa. La pantalla ha perdido aspectos que uno considera relevantes. No se encuentra un archivo deseado.
Es fácil, entonces, que se pase de un problema a otro, y de una solución a otra, hasta el punto de que uno puede llegar a perder horas y horas de lucha con el aparato.
Este tipo de situaciones son normales, y valen no solo para el mundo digital. También un mecánico que arregla un coche consigue superar un problema pero a veces genera otro que exige nuevos esfuerzos y tiempo.
Pero en el mundo digital, con tantas opciones y desde el deseo de encontrar rápidamente una solución, surge el peligro de quedar atrapado en una cascada de acciones que generan nuevos problemas y que llevan a buscar nuevas soluciones.
Así, la búsqueda de soluciones, o de adaptaciones según los deseos y gustos personales, hace que empleemos más y más tiempo en lo digital, y que esto lleve a dañar las relaciones con quienes viven más cerca de nosotros.
En la vida, que es breve, es importante tener claras las prioridades. La tecnología sirve en cuanto facilita ciertas acciones y promueve mejoras en el trato con los demás. La tecnología daña si nos aparta de las prioridades buenas y se llega a convertir en un fin en sí misma.
Los problemas en el mundo digital necesitan, por lo tanto, ser circunscritos en una sana convivencia con los demás, donde se otorgue todo el tiempo necesario a lo principal: nuestras relaciones con Dios, con familiares y amigos, con tantas personas que vamos encontrando a lo largo del camino.