Por Ana Paula Morales

Ciudad de México, el viernes 13 de marzo de 2020, se celebró en la Nunciatura Apostólica de México un brindis en honor al 7º año de elección de su Santidad el Papa Francisco.

Al evento acudieron embajadores, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo emérito de la Arquidiócesis primada de México; el presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Rogelio Cabrera, Arzobispo de Monterrey; así como Mons. Carlos Garfias vicepresidente de la CEM y arzobispo de Morelia; al igual que Mons. Alfonso Miranda secretario de la Conferencia Episcopal Mexicana y obispo auxiliar de Monterrey.

Antes de comenzar el brindis, dirigió unas palabras Mons. Franco Coppola, Nuncio en México.

A continuación el discurso completo:

Cercano en la oración con los que sufren, sin distinción: ya sean personas infectadas por el Coronavirus o personas extremadas por la guerra como en Siria. Así vive el Papa Francisco estos días particulares, marcados por las medidas extraordinarias para combatir la epidemia, en el cual se celebra el séptimo aniversario de su elección a la Cátedra de Pedro. Una fecha, la del 13 de marzo de 2013, que permanece imborrable en la memoria de los fieles, y no sólo, de todo el mundo.

Hago mías unas consideraciones que el Card. Tagle expresó recientemente…

Aparte de la riqueza de enseñanzas y gestos que hemos recibido del Papa Francisco en los últimos siete años, me alegro por las lecciones que su ejemplo me ha enseñado, especialmente como pastor: prestar atención a los individuos en medio de grandes multitudes, mantener el contacto personal en medio de una gran organización, o «burocracia» eclesiástica, aceptar las propias limitaciones y la necesidad de tener colaboradores en medio de expectativas «sobrehumanas», saber que eres un servidor y no el Salvador.

Me impresiona el hecho de que haya traído al papado la persona sencilla, divertida y concienzuda que siempre he conocido. Yo veo en él y en nuestras conversaciones una simple «parábola» de la cercanía y la compasión de Dios. Quiero recordar a todos, incluyéndome a mí mismo, que el amor especial que los cristianos deben tener por los más pequeños de la sociedad no es un invento del Papa Francisco. La Biblia, la práctica de la Iglesia desde su nacimiento, la enseñanza social de la Iglesia, el testimonio de los mártires y santos, así como la constante misión de la Iglesia para con los pobres y desamparados a lo largo de los siglos, constituyen un coro y una sinfonía que estamos invitados a escuchar y a la que estamos llamados a unir nuestras voces y los «instrumentos» de que disponemos, es decir, nuestra persona, nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestra riqueza. Y debemos permitir que esos encuentros nos molesten el corazón y nos lleven a la oración, para que podamos oír a Jesús hablándonos en los pobres.

Es cierto que la «Iglesia en salida» según el Papa Francisco es una Iglesia que va hacia los hombres y mujeres y a las situaciones concretas del mundo para llevar el Evangelio a través de palabras y hechos. La misión o evangelización es la razón de ser de la Iglesia. Pero no debemos olvidar que el Papa Francisco también subraya el hecho esencial de que la misión debe surgir de un encuentro profundo con Jesús, de una experiencia de fe y de la convicción de que Jesús nos ama y nos salva, de un corazón lleno de la alegría que sólo el Evangelio puede traer, de un corazón movido por el Espíritu Santo para compartir con los demás, para que nuestra alegría y la de ellos sea perfecta. Sin Jesús y el Espíritu Santo, la misión no es un «salir» del Padre. Se convierte en un proyecto humano, un programa social o cívico que en sí mismo puede ser bueno, pero tal vez no es una misión cristiana o eclesial en el verdadero sentido de la palabra «misión». La auténtica misión cristiana exige testimonios auténticos. Necesitamos auténticos misioneros, no sólo trabajadores.

Deseo al Papa Francisco que pueda continuar descubriendo y manifestando el don y la promesa hecha por Dios a la Iglesia y a la humanidad cuando, hace siete años, fue llamado al ministerio petrino. Que pueda ser consolado por la oración y el amor de tantas personas. Y me gustaría decir: «¡Santo Padre, manténgase sano y lleno de alegría!».

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