Por José Francisco González, obispo de Campeche

El Evangelio de este III domingo de Cuaresma nos presenta una de las más bellas narraciones bíblicas. Se trata del encuentro entre Jesús y la Samaritana. Jesús baja de la Galilea hacia la Judea. Pasa por la Samaria. Los judíos y los samaritanos están en pugna y odio fraterno.

Cristo se acerca al pozo de Jacob a la hora sexta. El pozo tenía una profundidad de 30 metros. Es muy raro ir al agua a eso del mediodía. Lo más común es durante la mañana o al atardecer. Jesús manifiesta que «tiene sed». En la hora sexta, después de la crucifixión Jesús «tiene sed» (cf. Jn 19,28).

Jesús habla al inicio de cosas sensibles, porque la mujer no es capaz aún de comprender las espirituales. Él habla de: conocer el don de Dios, agua viva, no tener sed jamás, de vida eterna, de adoración en espíritu y verdad. Por el contrario, ella está ‘en las cosas del mundo real’, por ende se ocupa de: el cántaro, de la cuerda, del culto y devociones regionales, de la hostilidad que hay entre judíos y samaritanos.

Jesús reprende a la mujer porque no lleva una vida muy ejemplar. Su moralidad no es aceptada por los estándares sociales comunes. Ella ha tenido cinco maridos y con el que vive no es su esposo. Ante la reprensión, al ser descubierta de su vida privada, ella no huye de Jesús, no se enconcha, no responde con agresión. Más bien se llenó de admiración y perseveró en su deseo de seguir en diálogo con el Desconocido.

DIÁLOGO ABIERTO

Ahora la mujer muestra gran empeño de conocer la Verdad, no obstante que tiene muchas cosas en contra: es mujer (relegada en la sociedad de la época), es samaritana (en pleito con el pueblo de su interlocutor) y lleva una vida no ejemplar (ha convivido con muchos maridos). Otros le pidieron a Jesús que les revelara si él era el Mesías esperado (cf. Jn 10,4). A ellos no se les reveló. En cambio, a la samaritana abiertamente se lo dijo: Yo soy (el Mesías) el que habla contigo.

A esa mujer Jesús le va a revelar un dogma supremo, que ni a Natanael ni a Nicodemo reveló. La samaritana pregunta dónde se debe adorar a Dios (Jerusalén o Samaria). Jesús no responde a la pregunta dándole la razón a sus antepasados. Más bien, Jesús la eleva a mayores alturas: la hora viene… cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. La respuesta no era la esperada, pero ella hace acrecentar la esperanza de un Dios verdadero y no de un ídolo deificado. La respuesta cambia el sitio y el modo de dar el culto a Dios.

El agua viva es el símbolo de la gracia santificante, de la revelación de Jesús, de su doctrina. Jesús es la verdadera fuente de donde emana el agua viva. Ya no tiene más vigencia el agua corriente del pozo de Jacob. El que bebe del agua del pozo vuelve a tener sed, no es una respuesta definitiva. En cambio, el Agua Viva, para quien la beba, ya no volverá a tener sed.

RECIBE EL AGUA VIVA

En el judaísmo hay dos expresiones que se refieren a la Torah (los cinco primeros libros de la Biblia, el Pentateuco). Esas dos expresiones son: don de Dios y agua viva. Los samaritanos no reconocen más Palabra de Dios fuera del Pentateuco. Jesús se dirige a la samaritana: Si conocieras el don de Dios, y él te daría agua viva. La verdadera Palabra es Jesús, el Verbo de Dios hecho carne en la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Jesús sustituye y perfecciona la Torah.

Aún más, los samaritanos habían tenido “cinco libros”, como la mujer había convivido con “cinco maridos”, pero ninguno era el verdadero Esposo. Pero ahora, él ya está aquí, y viene a buscar a su pueblo, a su esposa, con quien establecerá las bodas eternas.

¡Danos, Señor, del agua de vida eterna!

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