Es necesario dar paso a las actividades físicas, mentales y espirituales
Por Mónica Muñoz
Estos días de paro laboral involuntario han traído muchos sentimientos encontrados, desde miedo hasta aburrimiento, porque todos hemos vivido de distinta manera esta contingencia sanitaria, la que, para unos, ha sido signo de desesperanza; para otros tantos, ha sido una oportunidad de reencuentro con el tiempo que, debido al acelerado ritmo de vida que llevamos, decimos no tener para realizar actividades que hemos postergado durante días, meses o quizá años. Aunque lo más interesante será destacar que las familias han tenido que verse de cerca y, quizá, rescatar la comunicación que se había dejado en el olvido ante el activismo extremo.
Por eso, hay que volver la mirada hacia la reflexión que, necesariamente, surge de este evento, del que todos coincidimos que nunca nos había tocado vivir algo semejante a nivel mundial. A lo mejor les pasa que, como entre sueños, recordamos que en el 2009 hubo una epidemia de influenza AH1N1, que trajo como consecuencia la pérdida de negocios y empleos porque el turismo, una de las fuentes más importantes de ingresos para nuestro país, dejó de visitarnos por temor a contagiarse.
Apenas recordamos que se suspendieron las celebraciones en las iglesias porque fue por poco tiempo; si embargo, el daño a la economía fue grande. No obstante, quedó en una situación local, por lo que pudimos recuperarnos y regresar a la normalidad. Precisamente por este antecedente, es necesario que ahora hagamos conciencia de lo que ocurre para dar a cada cosa su justo valor.
Aunque originalmente el gobierno planeaba que el aislamiento durara hasta el 19 de abril, actualmente no se sabe si se extenderá ese plazo, todo dependerá de los casos que se presenten y si se logra evitar que el virus se siga propagando. La noticia no nos cae bien, pero debemos encontrar el lado positivo, pues es necesario que adaptemos nuestra vida a estas medidas y sacar provecho del encierro.
Por ejemplo, los que tienen niños y adolescentes pueden reforzar alguna área del conocimiento que les cueste más en la escuela, leer en voz alta, jugar con juegos de mesa, encargarles tareas domésticas de acuerdo con su edad, hacer ejercicio, pero, lo más importante, comunicarse entre todos, platicar, planear proyectos para realizar juntos, anotando qué requerirán y los pasos a seguir para lograrlos. Es un momento privilegiado en el que podemos compartir sueños y fomentar respeto por lo que piensa el otro. Creo que este es un tiempo para aprovechar como familia para conocerse, limar asperezas e interesarse verdaderamente en lo que le gusta a los demás, entenderse, cultivar la paciencia, reflexionando que esta situación pasará pronto y que debe dejarnos una enseñanza personal y familiar.
Porque, si al pasar esta emergencia, seguimos igual, habremos desperdiciado una oportunidad valiosa para mejorarnos.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 12 de abril de 2020 No.1292