No ha habido ni habrá sobre la Tierra algo más importante que la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, “quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4, 25). Delante de esto, todas las demás cosas, por muy atractivas que parezcan (títulos de estudio, éxito laboral, fama, etc.), en realidad son nada.

Por eso la vida de la Iglesia y, por tanto, de cada uno de sus miembros, los bautizados, debe girar en torno a la obra redentora de Cristo, que se hace verdaderamente presente en el aquí y en el ahora, aunque de manera incruenta, en el Sacrificio de la Misa. Por eso, desde el año 33 de la era cristiana, se ha venido celebrando la Eucaristía sin parar, cumpliéndose la profecía: “Desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura” (Malaquías 1, 11).

Una Semana Santa diferente

Sin embargo, por primera vez en la historia, los templos de todo el mundo están cerrados. Hay Misas, pero sin presencia del pueblo. En los siglos anteriores, a pesar de guerras, pandemias, hambrunas e invasiones, al menos una porción de feligreses podían seguir acercándose al sacramento de la Penitencia, y asistir al Sacrificio Perpetuo y comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero hoy ya no es así.

Esto significa que en la Semana Santa no habrá aclamación con palmas, ni procesiones, ni visita de las Siete Casas, ni lavatorio de los pies, ni velas encendidas en el cirio pascual, etc. Sólo podrán seguirse las solitarias ceremonias litúrgicas a través de algún medio de comunicación.

Aunque pueda parecer desilusionante, hay que descubrir que en realidad es una oportunidad de acompañar a Cristo como nunca antes, y de vivir de algún modo, en carne propia, los misterios de su Pasión.

Desde que los soldados le echaron mano en el Huerto de los Olivos y hasta su muerte, Jesús fue despojado de su libertad, de descanso, de alimentos, de agua, de sus vestidos, etc. Hoy millones de seres humanos han quedado prisioneros en sus hogares, y despojados de sus empleos o al menos de su seguridad económica.

La intención de una Cuaresma siempre ha sido que cada persona se disponga a renovarse interiormente, que eso se traduzca en cambios en su exterior, y que eso ya sea visible y permanente a partir de la Semana Santa. Pero rara vez esto ocurre verdaderamente.

Mas he aquí esta cuarentena, semejante a una Cuaresma, y esta singular Semana Santa, que es mucho más que una conmemoración: es la Misericordia Divina permitiéndole a la criatura humana decidirse por la conversión definitiva para el resto de su vida. Y ésta podría ser la última oportunidad.

TEMA DE LA SEMANA: CÓMO VIVIR LA SEMANA SANTA

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 5 de abril de 2020 No.1291

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