Por Tomás de Híjar Ornelas
“No temas, si morimos, nuestra sangre lavará nuestras culpas”. Beato Jorge Vargas González
El 1º de abril, pero de 1927, Jorge Vargas González se dirigió a su hermano Ramón, que se lamentaba de no poder comulgar ese día, siendo primer viernes del mes y estando a pocas horas de ser ajusticiados sólo por ser católicos, en el Cuartel Colorado de Guadalajara, por órdenes del Jefe de Operaciones Militares de Jalisco, general Jesús María Ferreira, deseoso como estaba de congraciarse con el jefe supremo del Ejército Mexicano, Plutarco Elías Calles.
A Ramón dedicó su hermano la frase que usa como epígrafe esta columna y que mucho nos ilustra, a propósito de las circunstancias por las que estamos pasando ahora, de prohibición absoluta de celebrar con actividades litúrgicas públicas esta Semana Santa.
Los mártires apenas aludidos hicieron ese día, junto con Anacleto González Flores y Luis Padilla Gómez, la ofrenda de su vida sin delito que según las leyes de entonces merecía la muerte, si bien estos últimos sí coordinaban en Jalisco el aprovisionamiento de la resistencia católica activa que tres meses antes inició y hoy recordamos como Guerra Cristera.
A ellos y otros más el Papa Benedicto XVI les concedió, el 20 de noviembre del 2005, el título de beatos, y a Anacleto, hace unas pocas semanas, la Sagrada Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos lo nombró, a petición de los obispos, celestial patrono de los laicos católicos mexicanos.
Que esto haya sido así no es accidental ni ocioso, como tampoco que este 2020, a semejanza del de 1927, los oficios de la Semana Santa no tendrán cabida en celebraciones públicas sino a puerta cerrada.
Hace 93 años exactamente y por primera vez en la historia a partir de 1519, los actos propios de la Semana Santa en el territorio de lo que hoy es México se realizarán de forma privada. En 1927, como protesta de los obispos de México a la legislación anticlerical del Presidente Calles; en el 2020 por la pandemia del coronavirus, en ambos casos con efectos profundos e interpelantes.
Y es que a tantos años de distancia lo que hoy nos obliga a los fieles y ministros sagrados a celebrar en privado el triduo pascual, sin ser una persecución religiosa, sí es una alarma aguda que denuncia nuestra indolencia, tibieza y falta de fe, para que, reconociéndolas, les pongamos remedio, ya que en las pruebas es donde se conocen los quilates de la virtud.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 5 de abril de 2020 No.1291