Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

José Sánchez del Río[1] nació en Sahuayo, Michoacán, México, el 28 de marzo de 1913. Fue bautizado el 3 de abril (1913) en la Parroquia de Santiago Apóstol. Se confirmó el 12 de octubre de 1917. Hijo de Macario Sánchez y de María del Río. Sus padres engendraron siete hijos: María Concepción, Macario, María Luisa, Guillermo, Miguel, José y Celia. Su Padre don Macario era ganadero y poseía el rancho “El Moral”.

La Revolución

José de pequeño le tocó vivir el contexto bélico de la Revolución iniciada por Madero. Fue un tiempo de gavillas de ladrones y asesinos que, bajo cualquier jefe, sembraban de sangre y dolor: Villistas y carrancistas, bajo el mando revolucionario de Inés Chávez y Jesús Gutiérrez, el Chivo Encantado, entre muchos otros.  Muchas familias sahuayenses emigraron: unos a México, otros a Guadalajara, y a Ocotlán, Jal. La familia Sánchez del Río emigró a Guadalajara; hasta que pasaron los tiempos de la violenta Revolución, regresaron a Sahuayo.

El inicio de la defensa de la fe

El gobierno de Obregón pretendió ser moderado; pero el deseo de reelección provocó su muerte en el restorán “La Bombilla”, mientras cantaban el “Limoncito”; Toral,-la Madre Conchita de la Llata capuchina injustamente acusada y condenada como cómplice a la prisión en las ‘Islas Marías’-, fue el atrevido quien pensó que Obregón sería un tirano perseguidor; pero en ese tiempo se decía “¿quien mató a Obregón?”: “pórtese bien y cállese la boca”, en referencia a Calles y Portes Gil, pues encontraron balas de diversos calibres; “La mente y la letra de la Constitución, la conducta de los gobernantes, la solidaridad manifestada con las sociedades masónicas, la ayuda oficial protestante y cismáticos, todo indica el fin perseguido es aniquilar al catolicismo…la Iglesia puede subsistir sin diezmos, sin propiedades, sin religiosos, sin religiosas y aun sin templos, pero de ninguna manera sin libertad y sin independencia”.[2] Con Plutarco Elías Calles se inicia la virulenta persecución religiosa, primero como secretario de gobierno y luego como presidente. Mons. Mora y del Río Arzobispo de México, declaraba ante el secretario de Gobernación, en 1927, antes de su expulsión de México: “Señor, el Episcopado no ha promovido ninguna revolución, pero ha declarado que los seglares católicos tienen derecho innegable de defender por la fuerza los derechos inalienables que no pueden proteger por medios pacíficos. –Esto es rebelión, dijo Tejeda-. Esto no es rebelión; ésta es la legítima defensa contra la tiranía injustificable”.[3]

El levantamiento

El gobierno callista, no escuchó ni la voz del Episcopado Mexicano, ni al pueblo, un millón de votos; más bien reprimió con las armas toda manifestación religiosa.

El 14 de marzo de 1925 varios líderes católicos formaron con   organizaciones católicas la liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. El año 1927 iniciaba el levantamiento de la Unión Popular, organización pacífica, creada y coordinada por el maestro Anacleto González, su líder carismático originario de Jalisco, ahora santo canonizado.

El levantamiento generalizado se inició en enero de 1927, al grito de ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!

El «pequeño» José

José (Luis) Sánchez del Río, tenía su casa en la calle Tepeyac; durante muchos años, tuvo una placa cuya leyenda decía: “Aquí vivió el niño José Sánchez del Río mártir de la persecución”. Hoy se llama Rafael Picazo, diputado de Jiquilpan, su verdugo.  Asistió a la escuela parroquial dirigida por el Pbro. Alberto Navarro Orozco. Era del grupo de las Vanguardias de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). Hizo su primera comunión en 1923.

El niño José era de carácter amigable y buen estudiante, sin importarle la clase social, siendo de las familias principales del pueblo. Le llenaban la escuela, los juegos, -como las canicas-, su asistencia a misa. Hacía sus quehaceres, como traer agua del pozo de la casa de María Gracián.

Cuando empezó la guerra cristera o la Cristiada en 1926 (al 29), estaba en la adolescencia. En este período de su vida buscó su ideal y lo encontró en Cristo. En su interior escuchó la invitación de Jesús: Sígueme, por el martirio. Lo concretizó en la frase: “Ahora es más fácil ganarse el cielo”.

La suspensión del culto

El 31 de julio de 1926 se decretó por parte del Episcopado Mexicano, la suspensión del culto público; estalla la ‘Cristiada’, – llamada así por Jean Meyer, ya que fue gesta como la Ilíada de Homero. Se involucraron los Estados de Jalisco, Colima, Guanajuato y Michoacán. José tenía 13 años y 5 meses. Sus hermanos Macario y Guillermo, decidieron ayudar a sus padres y, Miguel, decidió junto con sus amigos Adán y Guillermo Gálvez, tomar las armas para defender el derecho humano a la libertad religiosa, en este caso, la defensa de la Iglesia. Se alistaron en las fuerzas del General cristero Ignacio Sánchez Ramírez.

Soldado de Cristo Rey

José, al ver el valor de su hermano Miguel, pidió autorización a sus padres para hacer lo mismo. Su madre trató de disuadirlo, ya que, por su edad, más bien podría ser un estorbo. José le replicaba: “Mamá, nunca como ahora, es tan fácil ganarse el cielo”. Finalmente, su madre le dio permiso; le pidió que le escribiera al jefe de los cristeros de Michoacán, Prudencio Mendoza, para conocer la posibilidad de ser aceptado. Escribió varias veces pidiéndole le permitiera alistarse como soldado de Cristo Rey y que si no era capaz de manejar el arma de fuego, por lo menos serviría a los soldados quitándoles las espuelas, cuidando los caballos y sirviéndoles en todo lo demás. Y agregaba que sabía cocer y freír frijoles. Admirado de la gallardía, valentía y decisión de este chico, el jefe Prudencio, le contestó: “Si tu madre te da permiso, te acepto”.

Antes de partir, visitó el sepulcro de Anacleto González Flores, pidiendo por su intercesión, la gracia de morir mártir como él.

El «Tarsicio» de la tropa

La poca edad de José y su fervor le ganaron la simpatía de la tropa que le llamaban con cariño “Tarsicio”, en recuerdo del mártir romano de la Eucaristía. Por las noches dirigía el rosario y animaba a la tropa diciéndole: “Hoy es fácil alcanzar el cielo”, y entonaba el canto: “al cielo, al cielo, al cielo; al cielo quiero ir…” Como signo de confianza el General Prudencio lo nombró su clarín para que estuviera a su lado trasmitiendo sus órdenes. Por su excelente comportamiento, el general, lo designó ser el portador de la bandera. De este modo lo conoció el Padre Enrique Amezcua Medina, Fundador de la Confraternidad de los Padres Operarios del Reino de Cristo, cuando tenía 9 años, a su paso por Tepalcatepec, Mich. donde tenían su domicilio los Padres del Padre Enrique.  Admirando su presencia, tuvo una conversación con José Sánchez del Río; en su ingenuidad, el Padre Enrique le dijo que quería ser cristero como él; a lo que contestó José Luis que Dios lo llamaba para otras cosas más grandes que las que él realizaba. Mejor leamos el testimonio elocuente del mismo Padre: [4] “Entre los recuerdos de mi niñez lo que tengo más grabado, como si hubiera sido una visión sobrenatural, es la presencia de José Luis. Al Llegarme a él para conocerlo, estrechaba contra su corazón la bandera de Cristo Rey, y con fervor extraordinario hablaba de la Madre de Dios a un joven cristero desalentado, tratando de infundirle entusiasmo para ser fiel a sus compromisos de soldado de Cristo. Me acerqué a él, y obedeciendo a un impulso que no pude contener, le dije:  – ‘José Luis, quiero ser como tú, soldado de Cristo Rey. Quiero ir contigo para llevar también yo esa Bandera’. Sonriendo me contestó: – ‘Eres muy chico todavía. No puedes venir ahora. Lo que tienes que hacer es rezar mucho por mí y por todos nosotros’. Y clavando en mí sus grandes y ardientes ojos con una mirada penetrante, imposible de olvidar, prosigue: – ‘A lo mejor Dios te va a querer para sacerdote. Y si tú llegas a ser sacerdote algún día, podrás hacer muchas cosas que ni yo ni nosotros podremos realizar. Así que no te apures. Oye, ¡qué tal si hacemos un trato!’ Al aceptar yo, él propone: ‘tú vas a pedir siempre por mí; y que yo pediré siempre por ti. ¿Aceptas?’ – ‘Así lo haré. Gracias, José Luis’. – ‘Pues el trato está hecho, concluye José Luis. Venga esa mano’. Y estrecha fuertemente mi mano con la suya con la que portaba el estandarte de Cristo Rey, añadiendo: ‘Ahora, hasta que Dios quiera: hasta pronto, o hasta el Cielo…’ El Padre Enrique, siempre vivió bajo este hecho que marcó su vida sacerdotal, a tal grado que quiso que el Seminario Menor de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo, iniciado en el antiguo Convento de las Capuchinas de Salvatierra en 1964, llevara el nombre de “Internado José Luis Sánchez del Río” y el Seminario Menor, actual, en Batanes, llevara el Nombre de “Cristo Rey”, en recuerdo de esta gesta cristera y de su encuentro con José Luis.

Desde pequeño sus papás lo llamaban “José Luis” para recordar el nombre del Abuelo materno. También fue su nombre de cristero.

La prisión

En un enfrentamiento que tuvieron las tropas cristeras del General Luis Guízar Morfín, con los federales del General Tranquilino Mendoza, cerca de Cotija (El Nopal, entre Cotija y Jiquilpan), el 6 de febrero de 1928, al año y cinco meses de estar con los cristeros; al ver que al general Guízar le habían matado su caballo, se bajó del suyo y le dice con entereza: “Mi General, aquí está mi caballo, sálvese usted aunque a mí me maten; yo no hago falta y usted sí”. Acción seguida, le entrega el caballo al General. En esta batalla lo hacen prisionero. Cuando es llevado ante el general callista, lo regaña por combatir contra el gobierno. José contestó con valentía: “Aquí estoy”. El general, al ver la edad y la entereza del este soldado de Cristo Rey, decide no ejecutarlo sino más bien lo invita a incorporarse a las tropas del callismo represor. José le responde: “Primero muerto, fusíleme”. En esta batalla apresaron también a un joven originario de la sierra. A los dos los remitieron a Sahuayo para ser fusilados.

Carta a su madre

Encerrado en la cárcel, escribió esta carta a su Madre el lunes 6 de febrero:

“Mi querida mamá:

Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa Mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte que es lo que me mortifica; antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición junto con la de mi Padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

José Sánchez del Río”.

Esta carta la guardó un oficial y no la envió a su destinataria; pero en Jiquilpan, dio su ropa a lavar; las lavanderas, encontraron la carta que entregan al Padre Antonio Rojas, quien la hizo llegar a la madre de José.

Preso en la parroquia

José y el compañero de la sierra fueron trasladados de Cotija a Sahuayo, al día siguiente de su aprehensión, el 7 de febrero. Amarrados de los brazos los introdujeron al templo parroquial de Santiago Apóstol y los encerraron en el bautisterio. A su llegada se dio aviso al diputado Rafael Picazo, quien encabezaba el grupo llamado “La Acordada”. Se le comunica la sentencia de fusilarlos. Por la edad de José y de que su padre Macario Sánchez era hombre de dinero, las autoridades políticas y militares concibieron la posibilidad de liberarlo a cambio de dinero. El Diputado Rafael Picazo se inclinaba por dicho arreglo, dado que el niño cristero era su ahijado de primera comunión. Su familia y la gente tenían la esperanza de que, el diputado Rafael Picazo Sánchez, lo salvaría. No fue así.

El bautisterio de la Parroquia, tiene una ventana que da a la calle; por ella se asomaba José, mientras quienes lo reconocían se llenaban de tristeza y de dolor; sabían de la sentencia de muerte que pesaba sobre él.

El celo por la Casa de Dios

Al ser encerrado en su Parroquia de Sahuayo, se indignó al ver convertida la casa de Dios convertida en gallinero. En el altar mayor estaban amarrados los gallos finos de pelea, – algunos traídos de Canadá-, y un caballo pura sangre del diputado Picazo. Liberado de sus ataduras, se dedicó esa noche a matar esos gallos; después de acariciar al caballo le pinchó los ojos, mientras decía: “El templo es casa de Dios y no lugar para estos animales”. Al terminar, se recostó en un rincón del templo y se durmió. El miércoles 8 de febrero de 1928, cuando se entera Picazo de la matanza de sus gallos y de lo acontecido al caballo se presentó lleno de ira ante José a quien le dice: “¿Qué has hecho José?” A lo que le contestó: “La casa de Dios es para venir a orar, no para refugio de animales”.

Animando a su compañero ‘Lázaro’

El 10 de febrero, por la tarde, sacaron al compañero detenido con José y lo llevaron a la plaza del pueblo para colgarlo. Por la mañana, José había notado que este cristero tenía tristeza y temor de morir fusilado, para animarlo y fortalecer su fe, aprovechó el momento de la comida, y le dijo: “Vamos comiendo bien, nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No te hagas para atrás, duran nuestras penas mientras cerramos el ojo”. Tal fue el valor que infundió, que al llegar al lugar donde iba a ser ahorcado, se santiguó, miro al cielo y dijo: “Ya estoy dispuesto”.

A las 5:30 de la tarde lo sacaron para ahorcarlo; José fue obligado a presenciar la ejecución.

Un cuarto de hora después de colgarlo, lo dieron por muerto; bajaron su cuerpo, lo arrastran al cementerio, y lo abandonaron. El panteonero se percató de que el ajusticiado por la horca, todavía vivía; decidió salvarlo. De noche, lo dejó escapar. Por lo sucedido, se le llamó “Lázaro”. Se unió a la tropa cristera; ante algún enfrentamiento gritaba: “Aquí está el colgado, jijos… VIVA CRISTO REY”.

Prefirió el martirio

El papá de José, Macario, quiso rescatarlo con dinero. El Diputado Picazo le pidió cinco mil pesos. En ese tiempo era una gran suma de dinero. Por eso le ofreció su casa, muebles y cuanto tenía. Don Esteban Sánchez ofreció prestarle el dinero. El diputado Rafael Picazo vociferó que, de todos modos, con dinero o sin dinero “en las barbas de su padre lo mandaría matar”. Al enterarse José, suplicó que no se pagara ni un solo centavo. No quiso la negociación de su libertad; prefirió el martirio.

La carta a su tía

Este mismo día, 10 de febrero de 1928, le escribió a su tía María, quien fue la que mandaba los alimentos desde su prisión en Sahuayo.

Al anochecer del 10 de febrero, trasladaron a José de la parroquia al mesón convertido en cuartel. Mesón que se encontraba por la calle Santiago. Ahí logra conseguir papel y lápiz para escribir esta carta: 

“Sra. María Sánchez de Olmedo

Muy querida tía, estoy sentenciado a muerte. A las 8.30 se llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá, tú me haces el favor de escribirle, también a María. Dile a Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez y creo que no se negará a venir (para que le llevara la Sagrada Comunión antes del martirio). Salúdame a todos y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere y verte desea. ¡Cristo vive!, ¡Cristo reina!, ¡Cristo impera y Santa María de Guadalupe!”

Su tía Magdalena acudió a llevarle la Comunión.

Sufrimiento y gozo

A las once de la noche lo sacan del cuartel y se lo llevan caminando al cementerio, con los pies desollados. Durante el recorrido por la calle desierta de Insurgentes, los vecinos escuchaban los gritos de valor y fervor cristero: “¡Viva Cristo Rey!”. Su caminar lento y firme, con los pies desollados, su cara mostraba el dolor y la alegría. San Pablo VI, decía que en un cristiano pueden coexistir el sufrimiento y el gozo. Éste era el caso de José. Irradiaba su fe y su sostén era la esperanza en Jesús, Cristo Rey, clave de la Historia y centro del Universo.

Al llegar al sitio de su ejecución, el mismo José se colocó de espaldas a su fosa. El militar que dirigía el pelotón, Alfredo Amezcua, se acercó y le preguntó qué mandaba decir a su papá como su última voluntad. El niño mártir de 14 años y diez meses le contestó: “Que en el cielo nos vemos, y si al estar siendo martirizado ya no pudiera hablar, al movimiento de mis manos grite Viva Cristo Rey”.

Lleno de rabia el militar, al ver la valentía de José, ordenó que lo apuñalaran para que en el pueblo no se escucharan los disparos, a las 11.30 de la noche. A cada puñalada gritaba «!Viva Cristo Rey!” Hasta que el oficial Rafael apodado “el Zamorano”, para acallar los gritos heroicos del mártir, sacó su pistola, le disparó en la cabeza. José cayó al suelo susurrando hasta su último respiro: “¡Viva Cristo Rey!”.  Dentro del grupo de los verdugos estaban los Gutiérrez.

Sin ataúd y sin mortaja

El cementerio estuvo custodiado por los soldados para evitar que el pueblo rescatara el cuerpo y tocara la sangre del niño mártir José. Sin ataúd y sin mortaja, con la crueldad inusitada, solo explicable por la ideología y la dictadura del pensamiento único e intolerante, recibió las paladas de tierra sobre su cuerpo, como si se tratara de un animal. El panteonero Luis Gómez, testigo del martirio, desenterró el cuerpo, lo amortajó y lo volvió a enterrar, con la piedad bíblica del anciano Tobías. Años después la mamá de José y María Van Dick y Sabina Gómez, exhumaron los restos y los limpiaron, y los condujeron a las criptas del Templo del Sagrado Corazón. Ahí, el grupo de los primeros seminaristas Operarios del Reino de Cristo, en los cuales se encontraba quien escribe este relato, tuvimos un momento de oración. El Padre Enrique Amezcua en esa ocasión y en otras muchas nos contó la gesta martirial de ‘José Luis Sánchez del Río’, como el emocionadamente lo llamaba.

Sus restos

Cuando se inició el proceso de beatificación, fueron trasladados sus restos al bautisterio de la Parroquia de Santiago Apóstol, lugar de su encarcelamiento. Ahí reposan hasta el día de hoy, aguardando la resurrección gloriosa de quien supo mantener vivo el testimonio de Jesús en la dictadura sangrienta de Plutarco Elías Calles, quien prefirió su Constitución jacobina y su ley, sobre la dignidad y la grandeza de la persona humana. Este Niño Mártir José (Luis) Sánchez del Río, venció con su fe de niño, las armas y las leyes del tirano.  Siguió de cerca al Cordero inmolado y vencedor porque está de pie; su muerte es un participar en el martirio y en la victoria de Cristo Señor de la Historia.

Un santo de la niñez y juventud de México

S.E.R. Mons. Carlos Suárez, entonces Obispo de Zamora, decretó iniciar el proceso de beatificación el 25 de abril de 1996 y el 25 de octubre del mismo año, se envió la documentación a la Santa Sede. El 22 de junio del 2004 se publicó el reconocimiento oficial de la Iglesia, de su martirio. Su beatificación fue celebrada con el grupo de Anacleto González Flores y compañeros mártires, el 20 de noviembre del 2005, fiesta de Cristo Rey, en Guadalajara, Jalisco.

El 16 de octubre del 2016 ha sido canonizado por el Santo Padre Francisco. Ahí estuvieron algunos Padres Operarios de España y de México como testigos de tan grande acontecimiento.

 “José Luis, -Niño Mártir de Sahuayo, intercede por la niñez y juventud de México y por nosotros Operarios del Reino de Cristo, hijos de tu amigo, el P. Enrique Amezcua Medina”, -nuestro Fundador y Padre, para que tu testimonio florezca en nuestras vidas. Por Jesucristo Nuestro Señor Amén.”

Su memoria litúrgica se celebra el 10 de febrero.

 

[1] Cf.  Internet, beato-josé-sanchez-del-rio-el-niño-martir,  cincominutos.com.mx

[2] Se nos dijo, México 1932, citado por Jean Meyer, La Cristiada, tm I,ed S.XXI, 18ª ed 1999 p. 13

[3] O.c. p 12.

[4] AMEZCUA MEDINA, Enrique “Operarios del Reino de Cristo”, 1964 p. 82-83.

 

Imagen de Valentina Álvarez en Cathopic


 

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