Por Padre Shenan J. Bouquet*
“En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo. Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana.” – Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2428.
Empleados de supermercados, abastecedores de estanterías, encargados de estaciones de servicio, camioneros, recolectores de basura: casi de la noche a la mañana, todas estas personas, y muchas más, se han convertido en los “héroes” de nuestra crisis global. Estas son las personas que corren riesgos diariamente para mantenernos alimentados y nuestras cadenas de suministro funcionando mientras permanecemos aislados en casa. Hace apenas unas semanas, muchos trabajadores de esta sociedad eran vistos de manera muy diferente, y muchas veces se daban por hecho. Pero de repente nos hemos dado cuenta de que estas personas y su trabajo son esenciales.
Por supuesto, siempre fueron esenciales, pandemia o no pandemia. Pero ahora, por primera vez, nos vemos obligados a detenernos y tomar nota de lo que hemos dado por hecho. Este es uno de los extraños pero bienvenidos bienes que surgen de esta crisis: que nuestros ojos se han abierto al valor de todo trabajo honesto, incluso el más humilde.
El trabajo y el bien común
La Iglesia Católica siempre ha enfatizado la gran dignidad y necesidad del trabajo. Como dice el Catecismo, no. 2427: “El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra (ver Génesis 1:28). El trabajo es, por tanto, un deber: ‘Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma’ (2 Tesalonicenses 3:10; ver también 1 Tesalonicenses 4:11). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos.”
En nuestra sociedad altamente decadente, la dignidad del trabajo a menudo se ve oscurecida por la desnuda codicia que motiva gran parte de nuestro trabajo. La riqueza, por supuesto, no es en sí misma malvada. De hecho, en la medida en que la creación de la riqueza saca a las personas de la pobreza extrema y permite a las personas vivir vidas más dignas, es un bien positivo. Sin embargo, la enseñanza social de la Iglesia está repleta de recordatorios de que todo trabajo debe estar orientado ante todo a construir el bien común.
El Catecismo, no. 1906 define el bien común como “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”. Observemos que esta definición del bien común incluye a cada persona humana y no sólo la colectividad.
En una economía verdaderamente humana, la motivación de la ganancia siempre queda en segundo plano respecto de las consideraciones éticas. El trabajo solo es bueno en la medida en que apoya el bien común, y el bien común se construye solo en la medida en que nuestro trabajo esté en consonancia y proteja la dignidad de cada persona humana.
Como escribió el Papa Benedicto XVI en su Encíclica Caritas in Veritate, no. 25: “Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social”.
El trabajo es para el hombre, y no el hombre para el trabajo.
El trabajo como servicio
San Juan Pablo II celebró el trabajo, escribiendo en su Encíclica Laborem Exercens, no. 9: “El trabajo es un bien del hombre —es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’.”
Los millones de desempleados temporales están dándose cuenta de la verdad de esta declaración de una manera dolorosa. Muchas personas pasan sus días soñando con no tener nada que hacer más que sentarse en casa a ver la televisión; ahora que han sido despedidos, se enfrentan con el hecho de que los seres humanos, como imágenes del Creador, son seres creativos, y sin la actividad creativa del trabajo en nuestras vidas, nos marchitamos. Es por esta razón que los gobiernos deben esforzarse por lograr que la mayor cantidad de personas vuelvan a trabajar lo antes posible. Existe un riesgo muy real de que el desempleo a gran escala pueda resultar casi tan catastrófico para la salud física y mental como el virus que causó el desempleo.
Sin embargo, en una nota más positiva, muchos de nosotros vemos repentinamente, por primera vez, las diversas formas en que nuestro trabajo nos hace “más humanos” al ponernos al servicio de nuestros semejantes. El empleado de la tienda de comestibles puede haber tomado ese trabajo de medio tiempo simplemente porque quería ganar un poco de dinero extra para financiar unas añoradas vacaciones. Sin embargo, ahora que se enfrenta a la decisión de continuar este trabajo durante una pandemia, se encuentra cara a cara con lo que ha sido su trabajo desde siempre: una forma de servicio que contribuye al bien común.
El trabajo honesto siempre tiene este aspecto comunitario y orientado al servicio. Sin embargo, en ninguna parte esto se ha hecho más manifiesto que en nuestros hospitales y centros de atención a largo plazo. A muchos trabajadores de la salud, que se encuentran en la primera línea de esta pandemia, se les recuerda el aspecto verdaderamente sagrado del trabajo médico. Se les recuerda que la atención médica no es solo un trabajo. Es una vocación.
En los países católicos, el aspecto vocacional de la atención médica solía ser físicamente visible en el hecho de que la mayoría de los trabajadores de la salud eran religiosos profesos. Desafortunadamente, con la desaparición a gran escala de las órdenes religiosas y de los hospitales religiosos, el afán de lucro ha envenenado cada vez más la atención médica. Esta pandemia, sin embargo, está purificando algo de eso. Los trabajadores de la salud han sido llamados a soportar cargas de trabajo a veces abrumadoras, así como un mayor riesgo personal. Muchos están respondiendo a este llamado con extraordinaria generosidad y heroísmo.
Incluso, muchos de los que han perdido sus trabajos han encontrado formas de mantenerse ocupados ofreciéndose como voluntarios para ayudar a los vulnerables. Cientos de miles de personas se ofrecieron como voluntarias en el Reino Unido en el transcurso de unos días para ayudar con cosas como comprar alimentos para las personas mayores y las personas en riesgo. Innumerables personas han comenzado a coser máscaras médicas a mano en sus hogares para donar y distribuir. Muchas personas con ciertas habilidades artísticas o prácticas han comenzado a ofrecer lecciones y tutoriales gratuitos en línea para otras personas en cuarentena.
Una visión de un mundo verdaderamente humano
No puedo evitar preguntarme: ¿cómo sería el mundo si todos nosotros abordamos nuestro trabajo con este mismo espíritu todos los días? ¿Cómo sería si todos buscáramos las formas en que nuestro trabajo fuese un servicio a los demás y enfatizáramos esos aspectos?
La verdad es que muchos de nosotros no hacemos nuestro trabajo de la manera correcta. En muchos casos, nuestro trabajo está irremediablemente envenenado por la codicia y el egoísmo. En lugar de encontrar formas de servir a los demás, vemos a nuestros clientes o competidores solo como fuentes u obstáculos para obtener más ganancias. Muchos empleadores tratan a sus empleados simplemente como engranajes en una rueda para ser explotados con el mayor rendimiento y luego descartarlos. Además, algunas empresas e industrias multimillonarias, lejos de construir el bien común, lo destruyen activamente (por ejemplo, la industria de la pornografía y la industria del aborto).
¿Qué pasaría si, en cambio, actuáramos de acuerdo con la dignidad de la persona humana? ¿Qué pasaría si buscáramos con apego a la justicia el bien de toda persona humana? ¿Qué pasaría si todos buscáramos conscientemente un trabajo que contribuyera el bien común? ¿Qué pasaría si nosotros como sociedad consideráramos el impacto de nuestras acciones y elecciones sobre el bienestar de nuestro prójimo, especialmente los más vulnerables?
Santa Teresa de Ávila una vez sabiamente notó que es difícil saber si amamos a Dios. “Pero podemos saber si amamos a nuestro prójimo”, y también dijo. “Y cuanto más avancemos en este amor, mayor será nuestro amor a Dios”.
Muchas personas pasan sus vidas pensando solo en cómo pueden obtener más para sí mismas. Esta pandemia ha provocado importantes conversaciones acerca de estos temas y una búsqueda interior de valores más profundos: los sacrificios que estamos dispuestos a hacer por los demás, el significado de nuestro trabajo y cómo nuestro trabajo puede ayudar a que una sociedad se mantenga sana y funcional.
Muchas personas responden a esta búsqueda interior eligiendo vivir la virtud de la justicia, que es una cualidad o hábito moral que perfecciona la voluntad y la inclina a dar a cada persona lo que le pertenece. Eligen poner el bienestar de los demás por encima de su propio bienestar. Abogan por el deber de soportar algunos inconvenientes personales y dificultades por el bien de los más vulnerables.
Espero que este nuevo enfoque en el bien común que se refleja en tantos artículos de los medios de comunicación en estos días no sea de corta duración. Desafortunadamente, pocas personas parecen darse cuenta de la ironía de defender y hacer grandes esfuerzos para defender a los más vulnerables, al mismo tiempo que algunos estados en EEUU han declarado el aborto como un “servicio esencial”. Y, sin embargo, depende de nosotros mostrarles gentilmente la inconsistencia de esa postura. Cuando las personas dicen que debemos hacer todo lo posible para salvar vidas, podemos señalarles que esto es simplemente lo que hemos estado haciendo todo el tiempo en el movimiento provida y en Human Life International y Vida Humana Internacional: que tenemos el deber para con Dios, con nosotros mismos y con los demás de salvar las vidas de los más débiles y vulnerables.
Como dije la semana pasada en este espacio, Dios es grande y puede sacar un bien de cualquier mal. Pido a Dios que de esta crisis surjan una economía y una sociedad más humanas, con un mayor respeto por la dignidad de la persona humana y el valor del bien común. Eso haría que gran parte del sufrimiento y las dificultades por las que estamos pasando valieran la pena.
*Presidente de Human Life International
Artículo original en inglés: https://www.hli.org/2020/04/coronavirus-the-dignity-of-work-and-the-common-good/
VHI agradece a José Antonio Zunino Tosi del Ecuador la traducción de este artículo.
Publicado originalmente en inglés el 21 de abril del 2020