Por Monseñor Joaquín Antonio Peñalosa

Deberíamos consagrar al elogio del trabajo y a la gratitud hacia los trabajadores, no un día al año, el primero de mayo, sino el año completo, la vida entera. Entre otras razones, porque así se desvanecerán algunos malentendidos y prejuicios que corren por ahí contra el trabajo. “Si el trabajo fuera cosa buena, sonreía Cantinflas en alguna película, ya los ricos lo hubieran acaparado”.

  • Mentira 1. Hay dos tipos de trabajo, el intelectual y el manual. División brutal por radical y por ingenua, ya que el hombre no se divide en materia y espíritu, sino que se integra. Aristóteles sentenciaba que el hombre es inteligencia y manos. Ni pura razón, ni puras manos. Todo a la vez. Habrá, eso sí, unos trabajos en que predomine la fuerza física y otros en que prime la agudeza mental. Pero aun en el trabajo más rudo el hombre está empeñando, más allá de músculos y brazos, su capacidad mental y su libre creatividad.
  • Mentira 2. El trabajo enferma y esclaviza. Se trabaja por razones económicas, también por razones morales. No en vano se ha dicho desde siempre que la ociosidad es madre de todos los vicios. Mientras que el trabajador tiene dignamente ocupada su vida, el haragán acude a diversas argucias, siempre ilegítimas, para justificar ante sí mismo y ante los demás, el pasar la vida cruzado de brazos. Decía Jules Renard: “¿La pereza? Es el hábito de descansar antes de la fatiga. Conozco bien mi pereza, podría escribir un libro sobre ella si no fuera trabajo pesado”.

La medicina más moderna ha descubierto que el trabajo es salud, vacuna preventiva, medicina curativa. La terapia ocupacional es el remedio para quienes padecen depresión y desajustes emocionales, para avivar al anciano reconcentrado sobre sí mismo, para rehabilitar a los prisioneros si la cárcel se convierte en fábrica y taller, para acabar con el aburrimiento de los jubilados que no saben qué hacer con el tiempo libre, para desintoxicar y liberar a los farmacodependientes. El trabajo hace florecer unos brotes nuevos ahí donde parecía un tronco seco y carcomido.

  • Mentira 3. Hay trabajos denigrantes. La palabra española trabajo, procede del vocablo latino trepalium, que era un instrumento de tortura. No hay trabajo torturante ni indigno. En primer lugar, porque quien trabaja es nada menos que una persona con toda su dignidad de ser libre y pensante; y en segundo lugar, porque todo trabajo, por humilde que parezca, sirve a la comunidad y satisface sus apremios.
  • Mentira 4. El trabajo es una maldición. Para probar semejante bobería los flojos acuden a aquel pasaje de la Biblia en que el Creador sentencia a Adán por haberlo desobedecido: “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Génesis, 3:17). ¿Ven ustedes? El trabajo es una maldición divina. Pero, señores míos, ¿por qué no leen el párrafo de la Biblia que viene un poco antes del que ustedes acaban de citar? El Señor tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo guardara y lo cultivara” (Génesis 2:15). Con lo que se prueba que el trabajo comenzó antes de la desobediencia del primer hombre y precisamente como una bendición.

Los flojos de nacimiento, los que nacen y se hacen, seguirán con sus prejuicios, tal como Cantinflas continuaba: “¿Creen ustedes que no sufro porque no trabajo? Pero prefiero sufrir que trabajar”.

*Artículo publicado en El Sol de México el 26 de abril de 1990

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de enero de 2023 No. 1437

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