Por Jaime Septién
Un amigo mío, entrañable, huraño, genial, el filósofo español Carlos Díaz, se ha dado a la tarea de escribir varios libros, en el tiempo del encierro al que está sometido, como toda la población de Madrid donde vive.
La última publicación que me ha llegado de él es una propuesta anarquista cristiana de hondo calado. Se llama Alma transubstanciada y en su prologuillo advierte: “Si queremos un orden nuevo, o al menos un desorden mejor, hay que esforzarse. La malignidad del mal ya estaba ahí, pero siempre regresa. Frente a ella sólo cabe una subversión radical de todos los planteamientos”.
No voy a hacer un resumen de la manera como retrata, uno a uno, los males de la época; males que la pandemia ha venido a mostrar en toda su horrible magnitud (que nos pasaban de largo, demasiado ocupados en las habladurías, la vanidad y la consecución del dinero, como dijo hace poco, en una de sus homilías de Santa Marta, el Papa Francisco). Solo quiero rescatar algo de esta meditación: el tema del amor al prójimo.
Hay en ella un vuelco del “ama al prójimo como a ti mismo”, una concepción que viene de Martin Buber, y Carlos (su traductor al español) lo toma para exprimirlo: no se trata de que a quien más ames sea a ti, sino que amas al prójimo porque él es como tú. “Y esto es la vulnerabilidad. Sólo un yo vulnerable puede amar a su prójimo”. Pido licencia al autor –que es el sujeto más desprendido que conozco— para dibujar una consecuencia: sólo un “yo vulnerable” puede entender y sacar esperanza (que no provecho) de esta pandemia.
En otras palabras, el yo que juzga, que se juzga por encima del caído porque está momentáneamente a salvo de la muerte, es un yo podrido, ensimismado, que vuelve el amor a sí mismo un arma depredadora. Y la acción –aunque eficaz—, mera filantropía: “parada de cuellito”, como dice mi mujer.
Mas, qué difícil es lograr esa dimensión vital que arrastra el “yo vulnerable”; abrir los ojos del alma y considerar que no tenemos nada nuestro de qué gloriarnos (dice, en su “Práctica de la Humildad”, León XIII), es la conversión que, a gritos, nos pide Jesucristo en medio del dolor que hoy atenaza el corazón del mundo.
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 3 de mayo de 2020. No. 1295