Por P. Fernando Pascual
En muchas ocasiones miramos hacia el futuro con serenidad, casi seguros de que las cosas procederán según lo previsto.
El tren saldrá a tiempo. Llegaremos a tal ciudad. Veremos a un familiar. Haremos compras y luego volveremos a casa. El médico acertará en la medicina adecuada y pronto mejoraremos.
En otras ocasiones, el futuro se presenta entre tinieblas: no tenemos claro ni lo que podríamos hacer, ni lo que ocurrirá por decisiones de otros, ni lo que deparan imprevistos más o menos sorprendentes.
Aunque por muchos meses y en tantos momentos las cosas parecen seguir como un río cuyo cauce tiene casi todo previsto, en otras ocasiones los hechos salen completamente de control, y el futuro resulta imprevisible.
Si vamos más a fondo, tendríamos que reconocer que también lo que parece seguro en el horizonte no lo es: porque los trenes no salen a tiempo, porque el médico se equivoca, o porque uno mismo amanece con fiebre y debe cambiar los planes para este día.
Incluso a veces inician momentos dramáticos: una guerra, una epidemia, una sequía, una crisis económica desastrosa: todo salta por los aires, el futuro empieza a ser incierto.
Por eso, cuando momentos dramáticos cierran un velo oscuro sobre el futuro, necesitamos abrirnos a la esperanza y no dejar de hacer aquello que en cada momento está en nuestras manos y puede ayudarnos a amar a Dios y a los hermanos.
Pase lo que pase a nuestro alrededor, nunca debería perder la confianza en Dios. Si cuida de la hierba del campo, si da comida a los jilgueros y las golondrinas, también nos cuida: somos sus hijos y Él tiene un corazón de Padre (cf. Mt 6,25-34).