Por P. Fernando Pascual

Continuamente llenamos nuestro presente con pensamientos sobre el futuro. Así, al levantarnos pensamos en lo que haremos durante el día. En otros momentos, pensamos en los planes para el fin de semana o para el verano.

De este modo, hacemos que el futuro influya y se convierta en el centro de la atención de nuestro presente.

Este fenómeno ya había sido analizado por san Agustín, en sus famosas reflexiones sobre el tiempo (Confesiones, libro XI).

El hecho de que pensemos continuamente en el futuro nos resulta algo casi natural y espontáneo, pero está rodeado de problemas no pequeños.

El más importante consiste en que el futuro no existe. Cuando en la mañana pensamos en lo que vamos a cenar por la noche, no tenemos ninguna seguridad de que el “plan” previsto vaya a hacerse realidad.

Por eso, debería causarnos sorpresa constatar cómo tantas veces, en el presente, estemos orientados hacia el futuro. Porque ese futuro es un misterio lleno de incógnitas, un misterio que en buena parte escapa a un control total.

Es cierto que miles de previsiones sobre el futuro se hacen realidad. Cuando me dirijo a un grifo con el deseo de lavarme las manos, es casi seguro que saldrá agua. Pero en ocasiones el agua no sale, y mi expectativa se convierte en sorpresa o en desengaño.

Lo que se dice del grifo vale para asuntos muchos más importantes. Pensamos en una curación futura, o en un descenso de las tasas de interés, o en una mejora del mercado laboral, o en el fin de una guerra.

Los días pasan. Algunas previsiones sobre el futuro se hacen realidad, otras quedan completamente desmentidas, y en muchas ocasiones ocurren las cosas en parte como habíamos previsto y en parte con giros insospechables.

A pesar de que tantas veces el paso del tiempo ha redimensionado nuestras previsiones, vivimos el presente con una continua atención hacia el futuro. En esa atención se juntan miedos y esperanzas, preocupaciones y compromisos, planes y comportamientos.

El resultado final sigue envuelto en una misteriosa niebla. Solo conforme los hechos se concretan con el pasar del tiempo, la niebla se desvanece, y el presente desmiente o confirma tantos proyectos que habíamos imaginado al mirar hacia ese misterioso y apasionante futuro que nos invita a seguir, cada día, en el camino de la vida…

 

Imagen de Luisella Planeta en Pixabay


 

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