Por P. Fernando Pascual

Pensamos sobre muchos temas y desde experiencias más o menos concretas. Al pensar, nuestras ideas fluyen acompañadas de sentimientos y emociones diferentes.

Así, pensar en los problemas de tráfico puede suscitar en unos tristeza, en otros derrotismo, en otros rabia, en otros desprecio hacia otros.

Son muchos los temas que pensamos “desde el corazón”, y conviene tomar conciencia de qué sentimientos y emociones rodean ahora mi mente al pensar en un político concreto, en un familiar o en el jefe de trabajo.

Existen libros y conferencias que abordan este fenómeno y que ayudan a comprender un poco lo que pasa dentro de nosotros. Como botón de muestra, se pueden consultar interesantes propuestas en un libro titulado Conversaciones cruciales.

Constatar qué emoción envuelve mi mente al pensar en el futuro, o en una enfermedad, o en un trabajo difícil, puede ayudarnos a evitar que la emoción “secuestre” nuestra mente y nos lleve a pensar de modo incorrecto.

En concreto, podemos fijarnos en dos ámbitos de influjo de las emociones que merecen ser “controlados”. El primero se refiere a los mismos hechos que suscitan las emociones. El segundo, al modo de juzgarlos.

Respecto de lo primero, ocurre que surgen emociones desde “hechos” que no lo son. A veces se trata de una suposición no fundada (“esta persona me critica a mis espaldas”), que aparece desde un sentimiento de antipatía hacia otro.

Es importante prestar atención cuando notamos que ciertas emociones nos apartan de la realidad, incluso nos “secuestran” hasta el punto de suponer como verdades cosas que no lo son.

El segundo ámbito se refiere a nuestro modo de reflexionar sobre cada hecho. Una emoción fuerte puede distorsionar mi mirada, hacer que dé excesiva importancia a lo que no la tiene, o incluso orientarme a reacciones que son completamente inadecuadas ante la realidad.

Por eso, siempre que empezamos a pensar con emociones más o menos intensas, necesitamos tomar conciencia de esas emociones para que no nos lleven a apartarnos de la realidad, y para que no provoquen en nosotros ideas y reflexiones equivocadas.

Ello no significa renunciar a nuestra vida afectiva. Es imposible pensar con sangre fría, pues continuamente experimentamos estados de ánimo, aunque a veces sean casi imperceptibles.

No somos de piedra. Pero podemos identificar nuestras emociones, lo cual es de gran ayuda para ser menos arbitrarios en algunas reflexiones y para buscar una mirada que permita pensar con ideas que se acerquen, lo más posible, a la realidad concreta que rodea nuestras vidas.

 
Imagen de Pexels en Pixabay


 

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