La formación diaria nos cura, nos lanza al amor.
Por P. Fernando Pascual
A veces pensamos que la formación espiritual se realiza en momentos especiales, pláticas, retiros, ejercicios espirituales, una confesión más larga.
Sin embargo, hay una formación espiritual (y vale para otros ámbitos) que es sencilla, cotidiana, ordinaria, accesible a todos, y que resulta ser sumamente eficaz.
En una conferencia sobre la formación permanente, el sacerdote italiano Amadeo Cencini explicaba la importancia de esa formación ordinaria, de ese continuo trabajo espiritual desde lo que ocurre en cada momento.
¿Cómo funciona esa formación ordinaria? Me levanto por la mañana. El día (nublado o con el cielo limpio) ya puede ser un mensaje para mi alma si lo leo a la luz de Dios que trabaja siempre y que todo lo orienta para el bien de los que aman.
Sale mal el café del desayuno, y no encontramos esa mermelada que tantas energías nos da.
Esas pequeñas anécdotas son formativas cuando pensamos, desde hechos tan sencillos, en la providencia de Dios y en las necesidades de tantos seres humanos que carecen de lo básico.
En el lugar de trabajo, el saludo al portero pudo haber sido ordinario, casi mecánico, sin ninguna transcendencia visible. Pero puede convertirse en un mensaje espiritual si me doy cuenta de que él, como yo, necesitamos cariño y podemos encontrarlo en Dios.
Incluso esa experiencia difícil, que provoca confusión, de un pecado que nos desgasta continuamente porque no conseguimos quitarlo, visto con los ojos de la fe se convierte en ocasión para abrirme a la misericordia y hacer una experiencia del cariño de Dios.
La formación espiritual de cada día nos toca continuamente, nos acerca a Dios, nos permite abrirnos a los demás, nos cura de nuestras enfermedades interiores, y nos lanza a un amor que puede ser heroicamente sencillo.
Dios actúa siempre. No se cansa de amar. No se desanima ante nuestros egoísmos y miserias. Lo que cada uno podemos hacer es tan fácil como abrir el corazón para acoger su pedagogía y para dejarnos formar por un Padre que desea cada día el bien de cada uno de sus hijos…
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 31 de mayo de 2020. No. 1299