El francés Charles de Foucauld, tuvo una vida paradójica y, en ocasiones, de poca fe. Dios le fue tendiendo lazos para conquistar su corazón aventurero hasta convertirlo en un santo de la Iglesia Católica.

Redacción

Poco se sabe, al menos en el dominio público, de Charles de Foucauld, pero la historia que se ha escrito sobre él a través de los años da testimonio de su entrega, su sencillez y su vida de riesgos y aventuras que lo transformaron en un pilar de diferentes fraternidades y en un ejemplo para jóvenes y adultos.

Charles nació en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en el seno de una familia rica y cristiana. A corta edad, según consta en el librito editado por las Hermanitas de Jesús, del padre Foucauld, titulado “Hermano Carlos de Jesús”, Charles pronto quedó huérfano de padre y madre. Su abuelo materno lo lleva a vivir con él en un ambiente militarizado, lleno de amor y asentado en la fe. A los 16 años deja de lado sus creencias y se vuelve egoísta y vanidoso.

A los diecinueve años pierde a su abuelo, a quien admiraba mucho por su inteligencia y su ternura. Algo se rompe en él y su vida va a la deriva. En su desesperación, se abandona, se deja estar, va de fiesta en fiesta, derrochando la herencia de su abuelo.

Pese a todo, hace carrera en el ejército, termina sus estudios y renuncia al ejército para ir a explorar a Marruecos. Realiza una verdadera expedición científica con mucho éxito, y la Sociedad de Geografía de Francia le concede la medalla de oro.

Conversión y vida religiosa

A Charles le gusta Marruecos, le gusta la gente y la fe que ella profesa, pero decide regresar a Francia en donde se encuentra con el padre Huvelin, quien le hace arrodillarse y confesar, para después darle la comunión. Al respecto, más tarde reflexionaría: “Cuando me arrodillo, mi cuerpo le dice al espíritu que es para rezar”. “Las mejores decisiones de mi vida las he tomado de rodillas”. “De rodillas siempre se encuentra uno a Dios, porque la perspectiva de Dios es desde abajo”.

El padre Huvelin lo envía a Tierra Santa y estando en Nazaret toma conciencia de la importancia de la vida oculta de Jesús, que vivió la mayor parte de su vida como un pobre artesano de pueblo. A partir de entonces tiene una búsqueda constante de la imitación de Jesús que lo llevará siempre lejos.

Como no se sentía listo para imitar la vida de Jesús, ingresa a la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves, en Francia. Luego parte a una Trapa en Aqada, Siria, en la que reside siete años. Pero ese género de vida no le satisface, porque no cree que favorezca la imitación de Jesús de Nazaret. “Anhelo Nazaret”, decía.

Cuando comprende que no es el monasterio sino la vida oculta de Nazaret el modelo de su espiritualidad, solicita que lo dispensen de sus votos y es enviado a Roma para completar sus estudios.

Después regresa a Nazaret para vivir una vida de oración y trabajo humilde. Durante tres años fue servidor en el Monasterio de las Clarisas de Nazaret, viviendo pobremente en una cabaña. Allí pasó muchas horas de adoración silenciosa meditando las Escrituras.

No había querido ser sacerdote, porque temía alejarse de la pobreza y del último lugar. Pero acepta ser ordenado a los cuarenta y tres años, para llevar a Jesús a los más abandonados.

Vuelve a África y decide que “Nazaret” puede ser cualquier otro lugar y se asienta en Argelia en donde construye una ermita para formar una hermandad de monjes “Pequeños Hermanos”, que vivían entre los pobres con espíritu de servicio. Él es el único sacerdote a 400 kilómetros a la redonda. Asiste pastoralmente a los soldados franceses, pero vive y viste como los árabes que lo rodean. Su objetivo no es convertirlos sino ser una presencia cristiana en medio de ellos.

Emprende diversos viajes a los poblados de Tuareg. Por lo que allí observa, informa a sus amigos y comunica a las autoridades cómo se vive en aquellas regiones el drama de la esclavitud. Incluso rescata a algunos esclavos, traduce para ellos el Evangelio y les escribe un catecismo.

El aventurero

Como cualquier joven, Charles de Foucauld se consideraba un hombre aventurero, tanto en sus ganas de explorar el mundo como en su vida espiritual. En el libro “Olvido de sí”, escrito por Pablo d´Ors, se describe detalladamente la aventurada y aventurera vida del francés (1858-1916), religioso y viajero, así como su camino de desprendimiento y búsqueda espiritual.

Él solía decir: “No se puede aspirar a la santidad sin el temple de un aventurero”. Y así lo hizo, arriesgó su vida y fue un explorador y pionero de Cristo.

Su muerte

A Charles le toca vivir la persecución de la primera guerra mundial y la tarde del primero de diciembre de 1916, durante una operación de los rebeldes senusitas, en Tamanrasset (Argelia), se deja agarrar sin resistir y lo matan al ver llegar a soldados franceses que traían el correo.

El ahora santo, proclamado el pasado 27 de mayo, fue un hombre que, al final de sus días, cuando no podía tener la reserva del Santísimo en mitad del desierto, se enamora del Sagrario vacío y decía: “el Sagrario vacío es el lugar de las posibilidades más grandes, porque solo que entre Dios es la posibilidad más grande”. Si queremos acoger a Dios, e imitar la vida de este santo, debemos ser un Sagrario vacío, para que Dios pueda penetrar en nuestro corazón, asumiendo, como Charles, todas las consecuencias.

“Charles de Foucauld intuyó, quizás como pocos, el alcance de la espiritualidad que emana de Nazaret. Para entender hoy a la familia, entremos también nosotros —como Charles de Foucauld— en el misterio de la Familia de Nazaret”.  Papa Francisco

Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 7 de junio de 2020. No. 1300

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