Por P. Fernando Pascual
Un golpe, una enfermedad, una traición, un fracaso, nos apartan de la vida “normal”. La rutina ha sido quebrantada. La vida no podrá seguir como antes.
Entonces, de modo sorprende, podemos ver las cosas de un modo completamente nuevo. El mundo sigue siendo el mismo: no ha cambiado. Ha cambiado nuestra perspectiva.
Cuando surge en nosotros una mirada diferente, las cosas y las personas empiezan a adquirir perspectivas antes desconocidas.
El amanecer de hoy es semejante al de ayer, pero me parece totalmente nuevo, fresco, lleno de oportunidades, aunque también rodeado de peligros.
El tráfico, hasta ahora monótono y aburrido, desvela una realidad sorprendente: en cada coche, autobús, moto, hay personas con historias, sueños, problemas, esperanzas.
El simpático monólogo de las golondrinas, el canto de los jilgueros, el arrullo de las tórtolas, entran en mi corazón como un bálsamo que serena y que da fuerzas.
Esas y tantas otras realidades que me parecían insignificantes, algunas incluso hostiles, desvelan perspectivas que me permiten entender un poco mejor este mundo tan bello en el que vivo.
Quizá mis problemas siguen ahí. No se cura una enfermedad con observar a un gorrión que pasea por la acera de mi casa. Pero al menos esos problemas quedan enmarcados en el horizonte más grande de la vida.
En ese horizonte se descubre, de un modo sencillo y sorprendente, la presencia de Dios. Es Padre, es Salvador, es Justo, es Misericordioso.
A través de una mirada diferente podré reconocer que ese Dios cuida los lirios, embellece las orquídeas, da comida a los petirrojos, y mantiene viva la esperanza en cada uno de sus hijos más pequeños…