Cuando actuemos de modo correcto avanzaremos en serio hacia una justicia universal
Por P. Fernando Pascual
Unos policías arrestan en la calle a una persona. Hay forcejeos. Un policía se excede en el uso de la fuerza y mata al arrestado. Estallan las manifestaciones de protesta.
Un grupo de personas, aprovechando los desórdenes, asaltan una tienda. El dueño intenta defenderse. Lo tiran al suelo, lo apalean y lo matan. Algunos protestan firmemente contra ese crimen de un inocente.
Una clínica de abortos. Varios días a la semana entran mujeres que piden la “interrupción voluntaria del embarazo”. Así mueren cientos de hijos cada mes. Casi no hay protestas por la muerte de esos hijos, incluso se evita usar el término “hijo” como si fuera erróneo…
Por las reacciones ante ciertas muertes parece que algunas son muertes de primera clase, otras de segunda clase, y quizá otras ni siquiera reciben la atención de la sociedad.
Es cierto que cualquier muerte provocada a través de la violencia debe ser llevada a los tribunales y condenada adecuadamente. Es cierto también que la sociedad tiene que reaccionar si hay abusos por parte de quienes tienen la tarea de defender el orden público.
Pero también es cierto que defender la justicia implica defenderla para todos, sin discriminaciones. Cierto tipo de protestas, en la calle, en las redes sociales, en la prensa, son discriminatorias e incompletas, porque en nombre de la justicia condenan firmemente algunas muertes mientras olvidan extrañamente otras muertes que merecen ser tenidas en cuenta.
Una sociedad auténticamente justa no puede distinguir entre muertes de primera y de segunda clase por motivos arbitrarios, por sentimientos subjetivos o, peor, por presiones de grupos que buscan aprovechar algunas muertes para defender sus intereses ideológicos y promover violencias gratuitas contra inocentes.
Lo propio de la justicia es tratar por igual a todos, sin discriminaciones. Y en ese “todos” se incluye tanto a quienes sufren acciones abusivas de la policía como a quienes son pisoteados en sus derechos, incluso en su vida, por grupos más o menos organizados de manifestantes.
También ese “todos” incluye a los miles y miles de hijos que cada año son asesinados en el seno de sus madres ante la indiferencia social, incluso ante la aceptación complaciente de muchos, como si la vida de esos hijos no merecería respeto y protección.
El mundo desea la justicia, porque cualquier vida, grande o pequeña, de gente pobre o de adinerados, importa.
Solo cuando actuemos de modo correcto para defender la vida de todos avanzaremos en serio hacia una justicia universal, que estará orientada especialmente a tutelar a los más indefensos y necesitados: los pobres, los enfermos, los ancianos, los hijos antes de nacer…
Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 9 de agosto de 2020. No. 1309