Por Fernando Pascual
Por defender la libertad hay quienes promueven acciones violentas y contrarias al respeto a los derechos de inocentes.
Por defender la salud, hay quienes promueven leyes y presiones sociales que impiden llevar una vida realmente saludable.
Por defender la justicia, hay quienes implementan programas estatales que suprimen derechos fundamentales y terminan por ir en contra de la misma justicia.
Por defender el bienestar económico, hay quienes proponen liberalizaciones salvajes que al final permiten que grupos de poder aplasten la iniciativa privada de pequeños productores.
Por defender el respeto a las minorías, hay quienes terminan por ir contra esas minorías al no escucharlas y al usarlas con fines demagógicos.
Por defender la paz, hay quienes usan la violencia y terminan por provocar tensiones sociales insoportables.
La lista podría alargarse mucho, pero refleja un denominador común: el uso de ideales y fines buenos como excusa para promover males, injusticias, arbitrariedades, contra amplios grupos de la población.
Ese denominador común tiene el veneno que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios: pensar que, a través de atajos, trampas, mentiras, injusticias, sea posible avanzar hacia un mundo mejor.
Las terribles consecuencias de ese veneno han sido mostradas en el pasado y están ante nuestros ojos en el presente: enormes daños a millones de inocentes son el resultado de acciones y proyectos promovidos bajo un uso manipulado de la bandera del bien.
El antídoto a ese veneno es sencillo, aunque a veces implique heroísmo, y ya está presente en las cartas de san Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rm 12,21).
Ese es el camino que nos muestra Dios Padre a través de la presencia de Cristo en el mundo. Ese es el remedio para curar tantas lágrimas en millones de seres humanos, y para promover el triunfo del bien, del amor y de la justicia verdadera.