Por P. Fernando Pascual
En los grupos humanos conviven muchos tipos de personas que actúan de modos diferentes. Hay dos grupos que parecerían contrapuestos, pero que pueden complementarse.
El primer grupo serían los conformistas: aquellas personas que aceptan sin problemas las normas e indicaciones que reciben, la situación en la que se encuentran. Se unen fácilmente entre sí, trabajan según lo que dicen los “jefes”, no presentan quejas ni rebeldías.
El segundo grupo serían los reformadores (o inconformistas): aquellas personas que tienen una actitud crítica ante las indicaciones que reciben y la situación en la que se encuentran, al mismo tiempo que proponen alternativas y modos diferentes de actuar.
Pensemos en algo tan sencillo como organizar cajas en un almacén. El encargado de un grupo de trabajo da las indicaciones. Unos se ponen en seguida a trabajar. Otros proponen otra manera de desplazar las cajas, de apilarlas, de distribuir los espacios…
En una sociedad, la presencia de conformistas (palabra a veces usada con un sentido algo negativo) facilita mucho las cosas. Basta con recordar que en el tráfico una mayoría de conformistas que obedezca las señales e indicaciones promueve orden y menos accidentes.
Pero si todos fuesen conformistas, faltaría esa chispa típica del ser humano que permite ver más allá de lo ordinario, de lo que se hace siempre de la misma manera, para abrirse a iniciativas enriquecedoras y, muchas veces, útiles para mejorar las cosas.
Existe el peligro de que entre los reformadores se produzcan choques ante propuestas diferentes, incluso incompatibles. Las luchas políticas reflejan este peligro. También es posible que conformistas y reformadores luchen entre sí, porque los primeros no desean cambios, mientras los segundos están convencidos de su necesidad.
Lo importante, como en todo, es encontrar una justa medida. Lo cual resulta posible cuando hay espíritu de diálogo, cuando los conformistas reconocen que hay cambios valiosos, y los reformadores admiten que, tras analizar las diversas opciones, llega un momento en aceptar lo decidido y ponerse a trabajar juntos.
El mundo ha sufrido y sufre por muchos conflictos, provocados en ocasiones por reformadores demasiado radicales. También sufre por la inercia y la posible apatía de conformistas que se someten a autoridades que pueden actuar de modo egoísta y dañino para la sociedad.
Por eso, buscar un camino de síntesis entre un sano conformismo respecto de aquello que sea bueno y justo, y una sana actitud de reforma, en lo que pueda mejorarse, permitirá que las personas convivan en armonía y se enriquezcan mutuamente desde sus modos diferentes de pensar y de actuar.