Por P. Fernando Pascual
Entre las urgencias de nuestro mundo hay una que exige un esfuerzo colectivo para salvar a los más inocentes entre los seres humanos: los hijos antes de nacer.
Es cierto que existen muchas voces y organizaciones que buscan un mundo más humano y más fraterno. Entre esas voces debe vibrar, con una intensidad especial, la búsqueda de ayudas para que ningún hijo sea eliminado a través del aborto provocado.
Juan Pablo II lo vio con claridad en sus años de Papa. Por eso lanzó una invitación general para que hombres y mujeres de buena voluntad se movilizasen a favor de los embriones y fetos humanos.
“Es urgente una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético común, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida: nueva, para que sea capaz de afrontar y resolver los problemas propios de hoy sobre la vida del hombre; nueva, para que sea asumida con una convicción más firme y activa por todos los cristianos; nueva, para que pueda suscitar un encuentro cultural serio y valiente con todos” (“Evangelium vitae”, n. 95).
Esa movilización, desde luego, también incluye la búsqueda de ayudas a los ya nacidos, a los pobres, a los hambrientos, a los enfermos, a los ancianos, a los que no tienen trabajo, a los emigrantes, a los perseguidos por gobiernos injustos, a las víctimas de todo tipo de violencia.
Pero se centra en quienes son parte de la familia humana antes del parto. En el esfuerzo por unirnos en la fraternidad humana, en el reconocimiento de que todos tenemos por Padre al mismo Dios, hace falta implementar ayudas a madres en dificultad, de forma que puedan acoger a sus hijos y abrazarlos con el cariño que merecen.
El mundo no puede cerrar los ojos ante el drama del aborto. Millones de hijos son eliminados cada año, muchos de ellos por culpa de leyes y de gobiernos que han hecho sumamente fácil suprimirlos, incluso con dinero público que debería estar destinado a proteger, no a matar.
Por eso, ante tanta indiferencia de muchos frente al drama del aborto, las voces de movimientos verdaderamente populares, porque son movimientos a favor de la vida de los seres humanos más pequeños, denunciarán el mal terrible del aborto, y difundirán esa “cultura de la vida” que supo promover con valentía San Juan Pablo II.
Sus palabras conservan, en nuestros días, una fuerza y actualidad sorprendentes:
“Hoy una gran multitud de seres humanos débiles e indefensos, como son, concretamente, los niños aún no nacidos, está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. Si la Iglesia, al final del siglo pasado, no podía callar ante los abusos entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial” (“Evangelium vitae” n. 5).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 20 de diciembre de 2020. No. 1328